17 agosto 2012

Democracia impopular

Escribía Antonio Muñoz Molina un (recomendable) artículo en el que desdeña de pasada ciertas propuestas de los partidos de izquierda por populistas. Me extraña, pues parecería lógico que en una democracia, y más un partido de izquierda, se hagan propuestas cercanas al pueblo. Corroboro en el diccionario de la RAE que "populista" es "perteneciente o relativo al pueblo". Sin embargo, a la definición debe faltarle algo, porque de lo contrario es difícil imaginar a todo un Muñoz Molina usando el término como crítica. El María Moliner nos acerca a la resolución del misterio con su acepción de populismo (voz que la RAE, siempre a la última, ni recoge): "Doctrina política que pretende defender los intereses de la gente corriente, a veces demagógicamente."

He ahí el busilis, me digo, el populismo puede ser demagógico. ¿Y qué cosa es la demagogia? Atendiendo al uso cotidiano en los medios, demagogia eres tú. Demagógico es siempre el discurso del político o el tertuliano de la acera —trinchera, más habitualmente en nuestro país— de enfrente, nunca el propio. Pero claro, si el discurso del otro siempre es demagógico, resulta complicado identificar la demagogia.

Así que vuelvo al DRAE, que me explica: "Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder". Como antes no parecía muy puesto en el tema, le pregunto también a la señora Moliner, por si acaso: "Práctica política, que puede manifestarse, por ejemplo, en un discurso, que tiene como fin predominante agradar o exaltar a las masas, generalmente con medios poco lícitos".

Queda claro que la demagogia y el populismo tienen algo en común: ambos buscan contentar al pueblo. Sucede que la demagogia se usa para conseguir poder y/o empleando medios ilícitos. ¿Cuáles? La Wikipedia da una buena lista: falacias, manipulación del lenguaje y de los números, ocultación de información...

¿Qué extraño prodigio ha hecho que se equipare "defender los intereses de la gente corriente" a "mentir y manipular para agradar a la masa y así tocar poder"? ¿Por qué cualquier discurso que agrade al pueblo es tachado de demagógico o, lo que parece ser lo mismo, de populista?

La respuesta que ofrezco es de paradójica belleza: la contaminación del término "populista" por la demagogia se debe a una hábil manipulación del discurso demagógico predominante. Así, con un silogismo de lo más simplista, el discurso que busca dar satisfacción a los intereses populares es demagógico. A través de falacias nos han retorcido una vez más el lenguaje que utilizamos hasta volverlo tóxico, dejándolo inservible. Le han dado la vuelta a la situación, de forma que, si enardece a la masa, no puede ser bueno.

Entronca esto con otra idea fuertemente enraizada que quiere que lo popular sea malo. La masa es estúpida, ergo cualquier cosa que guste a la masa es estúpida. ¿Una novela, una película, una canción tienen éxito? Los críticos se apresuran a despreciarlo como infracultura, como un mero producto de consumo rápido fabricado en no se sabe qué insalubre cadena de montaje, mientras alaban lo sublime de un oscuro artista solamente conocido en ciertos círculos iniciados. Se establece por tanto una distinción entre la cultura del pueblo y la auténtica Cultura con denominación de origen certificada.

Al mismo tiempo, el arte —o la industria cultural— se ha ido alejando del popularismo para mirarse en el espejo de esa clase media a la que todos pertenecemos como iguales, aunque algunos siempre sean más iguales que otros, aunque siempre nos falte un poco, sólo un poquito más, para tener todo lo que tiene el vecino. El pueblo llano, mientras, cada vez más plano, cada vez más cerca del fondo, no da más que para ser exhibido como un fenómeno de feria en programas de televisión conducidos por intrépidos reporteros que dan testimonio de la vida en una corrala como si de un paisaje exótico poblado por fabulosas criaturas se tratase.

En este clima, no es de recibo que los gobernantes o aspirantes hagan propuestas que interesen al pueblo. ¿Regular los mercados financieros, banca al servicio de los ciudadanos? Populismo puro y duro. ¿Quiere subir las pensiones, el salario mínimo? Ay, pillín, es usted un populista que sólo quiere ganarse el voto. ¡A quién se le ocurre buscar el voto del pueblo con medidas que lo atraigan! Nosotros estamos por encima de esas pequeñeces, somos gente seria, esto es una de-mo-cra-cia. ¿Gobierno del pueblo? No me venga con etimologías.

Democracia es la sacrosanta Constitución, democracia es la reconciliación que generosamente nos han regalado nuestros padres. Nos han vaciado el significado, dejando sólo el armazón, un hueco ritual con las urnas, una liturgia en la que se comulga cada cuatro años. Hasta te dan la hostia.

El ciudadano de nuestra democracia, visto desde la órbita del poder, es en realidad un menor de edad que no sabe distinguir sus intereses de sus más bajas pasiones, un subnormal al que no se le puede explicar el programa porque no tiene altura de miras suficiente. Que es que vamos cegados a por lo nuestro, que si dignidad y pan y trabajo y casa y educación y sanidad, sin pensar que ahí fuera hay un gran terrateniente que prefiere comprarse otro purasangre a invertir en su campo, un inversor que se está jugando buena parte de su fortuna en el casino de la especulación, una multinacional que necesita seguir aumentando sus beneficios, un banquero (des)cuadrando un balance, un servidor público llevándoselo crudo a las islas Caimán, gente importante que lleva las riendas de la economía —cuánta demagogia. Menos mal que tenemos a la clase política y los medios de masas para defendernos de nuestros mezquinos intereses.