30 mayo 2006

Gallegos

El viernes, los de Caiga Quien Caiga emitían un reportaje completamente demagogo (hay vídeos en la web), protestando porque el Diccionario de la RAE incluye como acepciones de gallego
5. adj. C. Rica. tonto (ǁ falto de entendimiento o razón).
6. adj. El Salv. tartamudo.
Y, claro, eso es una ofensa para ese pueblo del noroeste de la Península, concretado en la persona de Gonzo. La única reflexión interesante era que los académicos de la lengua, paradójicamente, no hablaran. Una pena cómo se escabullía el director, García de la Concha. Aunque, viendo el poco caso que hacía el reportero a los que opinaban sensatamente ante el micrófono, tampoco se le puede culpar al hombre.
Yo, mientras tanto, cruzaba los dedos para que apareciese Arturo Pérez-Reverte y le dejase la cuestión clara y, ya puesto, le diera un buen repaso. No apareció el escritor en el reportaje, pero este domingo publicaba un artículo sobre el tema diciendo lo que es evidente:
(...) el diccionario, al ser panhispánico, está obligado a dejar constancia de los usos generales, tanto españoles como americanos. Ni crea la lengua, ni puede ocultar la realidad que la lengua representa.
De paso, como es costumbre, deja algún regalito
cuando descuido, ignorancia, demagogia y torpeza se combinan en política, sucede que en ésta, como en la cárcel del pobre don Miguel de Cervantes, toda imbecilidad tiene su asiento.
Es que mira que la gente se llega a poner estúpida hasta la náusea con estas cuestiones del lenguaje. De vez en cuando hay que pararles los pies.

28 mayo 2006

Festivales de verano (I): Indyspensable

La temporada de festivales se nos echa encima y, aunque en rigor todavía estemos en primavera, el próximo fin de semana tenemos la primera cita en la capital: el Indyspensable.
El Indyspensable no es un festival al uso. Más bien, podría pasar por las fiestas patronales de Villaverde: un auditorio que cualquiera confundiría con unas simples canchas de deportes, sin ningún control de acceso, junto a la antigua carretera de Andalucía. Lo que marca la diferencia son los grupos que actúan. Como se puede deducir por el título, no se gastan el presupuesto del distrito en triunfitos y otros éxitos de la temporada, sino en grupos de la escena indie. Empezaron muy fuerte el primer año con El Columpio Asesino, Jet Lag, Maga, Niños Mutantes y Deluxe; el segundo se les jodió un poco con la aparición del Metrorock y ciertas cláusulas de exclusividad. Este año... parece que la cosa está un poco mal: según cuentan los organizadores del Sonorama, se ha desatado una lucha feroz entre festivales por traer a los mejores grupos y, aunque esto no afecta tanto a los que tienen predilección por grupos raritos, se ha notado en que el cartel no se anunció hasta un par de semanas antes del festival. Y tampoco es que me mate el resultado.
La cercanía de los exámenes pone las cosas difíciles, especialmente después de los éxitos cosechados en febrero, pero aun así sacaré tiempo para ir a ver a Nacho Vegas la noche del viernes. Tengo ganas de verle en directo. Y encima gratis.

27 mayo 2006

Tercera sentada por una vivienda digna.

Tras el silencio o escaso seguimiento de las dos primeras sentadas, parece que algún periódico serio (hasta ahora, sólo 20Minutos le había dado publicidad al asunto) dedica algo de espacio a la tercera sentada por una vivienda digna. No sé si sacaré tiempo para ir (¿a quién se le ocurre meterse en estos berenjenales cuando empiezan los exámenes?), pero es una iniciativa interesante. Y no queda tan lejos en mis planes el dejar de gorronear a los padres.
Por supuesto, no dejaré de hacer el típico comentario: la de bombo que le dieron al tema del macrobotellón -declaraciones, columnas de opinión, tertulias en la radio- y el poco caso que le hacen a la juventud cuando no se mete en cosas merecedoras de crítica.
En fin, a ver si pongo a actualizar el Ubuntu, y dejo de perder el tiempo por aquí.

Efemérides

Hace un año Iván Ferreiro daba el primer concierto en Madrid de la gira Tour-nedo con notable éxito de crítica y público. Yo me chupaba la cola del concierto solito mientras mi acompañante me ponía increíbles excusas por el móvil, que estaba en la universidad trabajando y otras cosas nunca vistas. Para darle más verosimilitud, llegó media hora tarde al concierto, más lo que tardó en encontrarme. Afortunadamente, yo aún gastaba unos pelos lo suficientemente llamativos como para ser reconocido a distancia.
Acabada la música, el tío insistió en ir a casa de un colega suyo. Yo, un tipo de lo más sociable, no tuve ningún reparo en ir a una fiesta en la que no conocía a nadie en casa de un desconocido. Llevaba mi camiseta de hacer amigos (la que luzco ahí a la derecha), así que nada podía fallar. Todavía con la primera copa en la mano me preguntan si me gusta Maga y qué opino del segundo disco. Yo hago un comentario tan inteligente que no creen que sea mío. Y eso que no me conocen. Luego dicen algo sobre Nine Inch Nails y yo meto baza como si supiera del tema. Ya los tengo en el bote: se creen que soy una persona con amplia cultura musical -y hasta hoy siguen engañados-. Para compensarlo, digo un par de gilipolleces al servirme la segunda, pero son tan buena gente que hacen caso omiso.
Descubro que mi amigo tiene apodo, Mowgli, aunque después de tantos años llamándole por su nombre cuesta hacerse al cambio.
Juani, el culpable del tinglado, pone a sonar el OK computer de Radiohead y yo le aseguro que es mi grupo favorito, tarareando alguna estrofa para darle más veracidad. Total, debo ir por la tercera... Mowgli saca el tema de un guión para corto que se empeñó en que le escribiera. Resulta que Juani se lo ha leído y no le parece "bien": a pesar de piropearme por pura diplomacia, el tío ha desarrollado una opinión y discutimos un rato algunos aspectos de la trama. Da gusto encontrarse con alguien que te critica.
Antes de agarrarnos una moña tal que no podamos salir por la puerta nos vamos al centro. Seguimos la fiesta en la Plaza de Santa Ana, bebiendo, charlando y cantando. Acabado el combustible, por razones que aún no alcanzo a comprender, vamos a dar con nuestros huesos en el Black Jack. Intento abstraerme de la música infernal para bailar concentrado en un maravilloso par de tetas que flotan cerca, pero el nivel de alcohol en sangre está descendiendo por debajo de los niveles recomendados y no me apetece reponerlo a base de garrafón. Decido que me voy. Le digo a Mowgli que me voy. Media hora después le digo a Juani que me voy. No parece enterarse, así que espero cinco minutos y le repito que me marcho. Ahora sí ha hecho efecto: el hombre se da la vuelta envuelto en lágrimas y, entre efusivos abrazos, me hace prometerle que nos volveremos a ver. Claro que sí. En algún lugar del tiempo. El resto del grupo también se conmociona con el anuncio: a duras penas consiguen seguir la fiesta sin mí.
En Cibeles hace cinco minutos que ha pasado el último búho. Media hora hasta que abra el metro, una hasta el primer autobús. Como no me gusta estar parado, decido ir caminando. Mientras ando, voy recordando la noche, intentando asimilar lo ocurrido, asociar caras con nombres que se difuminan entre vapores etílicos. No todas las noches te regalan un grupo de amigos tan completo y bien hecho. Cuando abrazo la última farola antes de enfilar el portal de mi casa, el sol despunta en el horizonte.

21 mayo 2006

Eurovisión

Sorpresa en la tele. Anda la gente del sector revuelta porque el Festival de Eurovisión de este año ha ido a parar a Finlandia, que nunca se había comido una rosca en esto, y precisamente cuando presentan un grupo estrafalario de heavy o algo así. Unos tipos más disfrazados que los extras de El Señor de los Anillos que en lugar de darse al pop más banal y comercial se decantan por el rock duro. Pues ole.
No he escuchado la canción ni he visto más imágenes que las aparecidas en algún medio de comunicación, pero eso es lo de menos. Olé sus huevos. Los suyos y los de los finlandeses que se atrevieron a llevarlos. Por fin alguien apuesta por hacer algo diferente en lugar de presentar el mismo producto que todos. No sé si son buenos o malos, si la puesta en escena, además de agresiva, era efectiva; sólo sé que eran algo distinto, que se salía de lo habitual y que, seguramente gracias a eso, han ganado. A ver si por fin las academias se enteran de que no se trata de homogeneizar culturas, cantar cosas en inglés de estribillo pegadizo y montar una coreografía con macizorras. Sobre todo, no se trata de crear una canción que vaya a gustar a los jurados; la música no va de eso. Hay que ser original, arriesgarse al rechazo, sorprender y creer en lo que uno ha hecho porque es lo quiere y porque cree que es bueno. Y luego defenderlo.
Cualquiera diría que me importan algo los concursos estos. Simplemente, es un buen exponente de la música actual: un mercado en el que las composiciones se diseñan pensando en el cliente que lo va a escuchar (el target, que le llaman) y todos ofrecen lo mismo porque es lo que se va a comprar. Con el papel fundamental de los medios de comunicación, claro. Por eso, que una cadena estatal se atreva a romper la tendencia es una buena noticia. Y mejor todavía la constatación de que hay vida fuera de la tendencia dominante y el público es sensible a ello.

12 mayo 2006

Madame Bovary

Hace tiempo que no hago una reseña literaria y no es porque no haya leído nada interesante, al contrario: sólo es "falta de tiempo", forma más moderna de la pereza. Así que qué mejor entretenimiento para un viernes por la noche que escribir unas líneas sobre Madame Bovary.
Compré el libro hará un par de años, después de oír a Juan José Millás unas cuantas veces decir que lo realmente subversivo sería, en vez de botellones, romper cabinas y mear en las esquinas dibujando símbolos anarquistas (cito de forma completamente creativa), quedarse un sábado en casa leyendo la obra de Flaubert. Andaba por la Casa del Libro buscando algo en lo que gastar unos eurillos cuando di con una edición barata de la citada novela. Debí haber sospechado de un libro que no llegaba a los cinco euros por más de cuatrocientas páginas, pero sólo pensé que a ese precio podía comprar más libros. Después de aquello, el libró vagó por diferentes estanterías de casa sin que me animara a abrirlo. Siempre aparecía otro más urgente, más apetecible. Hasta que después de los exámenes de febrero recuperé la fiebre lectora y me atreví a meterle mano. (Que nadie se extrañe de que use semejante terminología: basta con leer mi Introducción a la Lectura. Ah, es cierto, no lo he posteado por aquí. Cuando me encuentre con ánimos lo haré) Y, por darle el gusto a Millás, me quedé un par de sábados en casa leyéndola.

En fin. Empezaré diciendo que me gustó. A grandes rasgos, cuenta la historia de un médico de provincias y su esposa, la Madame Bovary del título, una mujer algo inconformista. Todo en un ambiente rural y anticuado, como corresponde a la Francia de mediados del XIX. Por algo le llaman novela decimonónica. El estilo es claro y preciso sin pecar de parco. Un ejemplo de lo que es escribir bien, si no fuera por la traducción que a veces chirría en unos giros muy extraños. De hecho, en ocasiones tuve la sensación de que estaba traducido de una traducción previa al inglés; será porque en francés hay formas de expresarse parecidas. Cosas del contagio entre lenguas.
La trama no es especialmente absorvente: no hay un ritmo frenético, ni situaciones tensas que te hacen correr de un capítulo a otro, ni giros inesperados. Aún así, consigue enganchar a base, precisamente, de contar bien una historia. A pesar también, de unos personajes que no consiguen despertar ninguna simpatía. Lo cual no quiere decir que sean planos, ni mucho menos. Simplemente, no hay ningún héroe, nadie a quien admirar:
El médico Bovary es un tipo mediocre que aprobó los exámenes de Medicina a duras penas y porque su madre le insistió. Luego se casó, de nuevo gracias a su madre, con una viuda que parecía rica y que murió poco después sin dejar nada. Soltero de nuevo, se enamora de la hija de un granjero y se casa con ella. Como médico, es capaz de curar resfriados, entablillar huesos rotos y poco más. Encima, su mujer no le ama y el tipo es tan calzonazos que sigue completamente entregado, y se diría que ajeno.
La señora Bovary es hija de un pequeño terrateniente que se ha criado en un internado entre clases de piano y novelas rosas que le hacen imaginar un mundo que nunca encontrará en su vida. Se casa con un hombre al que no está segura de amar, pero, oye, es médico y parece buena persona. Termina por exasperarle que el tipo sea tan pánfilo y le toma una tirria tremenda, hasta el punto de buscarse algún que otro amante. Se muere por llevar un tren de vida alto, pues cree que esa vida edulcorada que ella busca está en la aristocracia y quiere aparentar, lo que le acabará llevando a una espiral de deudas que dejarán la casa en la ruina.
El farmacéutico, Homais, es otro al que le encanta tener buena fachada. Siempre atento a opinar para que se note lo inteligente y leído que es, tiene debilidad por las discusiones teológicas contra el párroco.
Así podríamos seguir: nobles con amantes de usar y tirar, ladinos prestamistas y otros entrañables ejemplares, pero mejor os dejo algo para cuando leáis la novela. Ninguno de los personajes como digo, busca caer simpático al lector: unos son odiosos, otros dignos de lástima, el de más allá anodino, el siguiente afectado. No he empatizado con ninguno de ellos, ni siquiera con los más débiles, pues generalmente se granjean su desgracia a base de mucho trabajo o mucha desidia. Hecho interesante, pues supone un interesante cambio en la forma de narración: la figura del antihéroe no aparecería hasta tiempo después y, aún así, suele ser una persona normal, con la que puedes indetificarte en sus defectos y simpatizar.

A pesar de lo que haya podido parecer, una lectura muy recomendable.

06 mayo 2006

París (II)

Amanece en París. Un hotel de cuatro estrellas que en España no pasaría de pensión. En la callecita en la que está situado, a pesar de ser sábado, comienza a haber actividad: abre la panadería, la carnicería, la pescadería, el frutero expone la mercancía en la acera. Resulta que esto no es algo extraño: en la capital francesa se conserva el comercio de barrio. Incluso hay librerías, una cantidad de librerías especializadas en cualquier tema que resulta inimaginable en Madrid, donde pocas tiendas resisten a la proliferación de centros comerciales y franquicias. Una ciudad que ha sabido hacerse moderna sin renunciar al pasado y la tradición: añade, no sustituye.
Para conocer una ciudad, nada mejor que caminar por ella. Si no, uno acaba con recuerdos aislados que no tiene del todo claro cómo unir. Por eso bajamos desde el hotel caminando hacia el Sena por la calle Richelieu. De camino, un monumento a Molière. Y un poco más alante, pasada la Biblioteca Nacional (aquí parece que cada edificio guarda un pedazo de Historia), el Palais Royal, con sus agradables jardines. Nos asomamos al Louvre ya que estamos allí, pero no vamos a desperdiciar una soleada mañana parisina en un museo.
Pirámide Louvre
Salimos a la orilla del Sena y nos dirigimos hacia la Île de la Cité, pasando por el famoso Pont des Arcs. Cruzando el puente más antiguo de París, de ahí que le llamen Pont Neuf, se llega a la citada isla, donde se encuentra la Saint Chapelle, bonita por fuera y muy decorada por dentro. No dudo que todas esas vidrieras y policromías sean buenas obras de arte, y en la Edad Media debían producir una sensación sobrecogedora; pero, hoy en día, a mí me resulta más bien tirando a hortera, todo muy excesivo. Soy de gustos más simples.
Frente al Palais de Justice se abre el atrio de Notre-Dame, una de las catedrales más importantes del mundo y paradigma del gótico. Una suerte que en Francia no les diera la manía de plantar el coro en medio de las catedrales; así se puede disfrutar de toda la perspectiva como fue concebida. Se puede subir a las torres por un módico precio y tras una ligera cola de una hora a la sombra. Nos turnamos para poder dar una vuelta alrededor de la catedral mientras tanto. La espera merece la pena: eternas escaleras de caracol, la habitación donde la Esmeralda de Víctor Hugo se refugiaba, gárgolas al alcance de la mano y unas preciosas vistas de París. Lo que da pie a una foto que, sin ser muy original, me gusta:
París desde Notre Dame
Detrás está la Isla de Saint Louis, más tranquila, más cercana a la realidad. Aquí se encuentra Quai D'Orléans, calle en la que viví un año y me trae numerosos buenos recuerdos. (Vaaale, no viví allí de verdad, formaba parte de la clase de francés tomar residencia ficticia en París.) Son las dos de la tarde, así que hacemos una incursión en una boulangerie para aprovisionarnos.
Con fuerzas renovadas proseguimos la marcha. Dirección: Arco del Triunfo. Por el camino, puestos de libros de seguna mano junto al río; el Hôtel de Ville, la iglesia Saint-Germain l'Auxerrois, de nuevo el Louvre con su pirámide, el Jardin des Tuileries, la Place de la Concorde con el obelisco que consiguieron llevarse de Luxor (el otro casi se lo cargan en el intento y lo tuvieron que dejar allí torcido), eso sí, muy bien explicadito el proceso de saqueo, y, por fin, los descomunales Champs-Elysées. Obligado acercarse al número 30, donde se alojó el conde de Montecristo durante su estancia en París. A mitad de avenida, paramos en un café a beber algo y tomar resuello. Todo a un precio risible (por no llorar).
Al fondo, finalmente el Arco del Triunfo, con todas las victorias del ejército napoleónico. De derrotas, como en el caso de Nelson, no hay noticia.
Para acabar la tarde, una visita a la Torre Eiffel. Una cola de tres pares de narices para subir, ya sea en ascensor o andando. Menos mal que me he traído el MP3 y el amigo Wilco me acompaña mientras me entretengo haciendo cienes y cienes de fotos de la estructura que no subiré para no torturaros (más).
Torre Eiffel desde abajo
Encima, una vez consigues llegar a la taquilla (apenas hora y pico; aún quedaba Kicking Television para rato) te dicen que no puedes sacar billete para el último piso, que eso, a pesar de lo que dicen las pantallas luminosas, se compra en (otra cola en) el segundo piso.
En fin. Desde arriba hay una vista vasta y espectacular (y hace un fresco destacable). Me pongo a hacer pruebas con la panorámica de la cámara y aquí tenéis los resultados. Como se puede comprobar, no lo domino mucho, y el posterior pegado en Photoshop tampoco. La segunda tirada está algo más trampeada, pero también queda más decente. Estaría bien ponerlas algo más grandes, pero Flickr y Blogger se niegan. De modo que, si os interesan (me imagino que esto traerá un avalancha inmanejable de peticiones), no tenéis más que pedírmelas.
Bajamos de las alturas cuando ya anochecía y, por primera vez, nos permitimos tomar el metro. En conjunto, calculo en Google Maps que el recorrido fue de unos 20 km., lo que no incluye las agotadoras horas de espera en pie. Qué dura es la vida del turista.
Cerca del hotel habíamos visto por la mañana un apetecible restaurante en el que servían fondues. Nos zampamos una de carne con una enorme fuente de patatas fritas -lástima que no le hiciera una foto. La cena es tan tranquila y se está tan a gusto en este sitio que nos cuesta llegar despiertos a los postres.

03 mayo 2006

París (I)

Ayer regresé de mi pequeño viaje al otro lado de los Pirineos. La primera vez que voy a París (dudo que sea la última), en una visita rápida pero suficiente para conseguir algunas ideas generales. Para no hacerlo demasiado pesado -y más cómodo para mí al poder escribir poquito a poco- lo voy a separar en varias entregas. Y qué mejor que empezar por la llegada.

Siempre está bien alejarse un poco del terruño para ver cómo se hacen las cosas en otros lugares. Puede servir, por ejemplo, para ver que las cosas que sólo pasan en España también ocurren en otros países. Me explico. Aeropuerto Charles De Gaulle, sobre las 22.30 de un viernes de finales de abril. El avión ha llegado prácticamente en el horario previsto. Salimos atravesando pasarleas y pasillos con aspecto muy moderno, cruzamos unas puertas automáticas que, no sabemos muy bien para qué, sólo se pueden cruzar de uno en uno. Llegamos a unas escaleras y la gente no baja. Apelotonamiento. En el hall de abajo, soldados con metralleta, policía. Más de media hora allí de pie sin recibir ninguna explicación, vigilados por el ejército. Por fin, una responsable del aeropuerto coge un megáfono y explica, en lo que supongo que es un perfecto francés, que hay una maleta "sospechosa" de un vuelo anterior que no ha sido recogida y que la zona está acordonada. Los que no tengan equipaje que recoger pueden irse. Ni una sola palabra, no ya en español, lo cual sería un detalle para un vuelo proviniente de España, sino que tampoco en inglés. Un rato después, vuelve a tomar el megáfono para decirnos que pasemos a la siguinte sala. Sin bancos ni nada esperamos con el agradable ruido de un martillo hidráulico de una obra cercana. Para no echar de menos Madrid. En todo este tiempo no son capaces de llevar nuestras maletas hacia otra cinta, otra sala, y además siguen llegando vuelos. Por supuesto, una maleta que ha llegado entera de un viaje en avión, que, como todo el mundo sabe, es el colmo de la delicadeza con las bolsas, no puede ser tocada, no vaya a ser que pase algo. De vez en cuando, un tipo con pito, con silbato, quiero decir, nos lleva, como un rebaño, un poco más lejos.
23.45. La maleta sospechosa ya no es un problema y podemos pasar a recoger el equipaje. Una sala con varias cintas transportadoras sin ninguna pantalla que indique de qué vuelo provienen. Es que lo de Madrid ya no está dando vueltas en la cinta, sino formando una fantástica montaña en el suelo de la que cada uno debe desenterrar como pueda lo suyo. Que cada perro se lama su pijo y maricón el último. Menos mal que estamos en un país europeo.
Pero la cosa no queda ahí. Quedan menos de diez minutos para que salga el último tren hacia París. Carrera por la terminal hasta la estación. Las taquillas, a estas horas intempestivas, están ya cerradas, así que hay que usar las máquinas expendedoras. Éstas no aceptan efectivo (no se sabe por qué), sólo tarjeta. Pero ojo, tarjeta de crédito francesa. Lo cual, para un aeropuerto internacional, es todo un detalle. Así que allí estamos unos cuanto extranjeros completamente frustrados e impotentes, viendo que el tren ya ha llegado y no podemos comprar el billete. ¿Solución? Colarse, qué remedio. Por suerte, igual que no hay taquilleras, tampoco hay vigilantes ni revisor. El único problema es que en la estación de destino vuelve a hacer falta el billete para salir. Nada como hacerse el tonto para conseguir que te abran la puerta sin ticket.
Aunque, claro, a estas horas ya no hay forma de hacer trasbordo y hay que buscar un taxi que nos lleve al hotel. 10€ por un trayecto de cinco minutos. Cosas así sólo pasan en nuestro país.