Hace tiempo que no hago una reseña literaria y no es porque no haya leído nada interesante, al contrario: sólo es "falta de tiempo", forma más moderna de la pereza. Así que qué mejor entretenimiento para un viernes por la noche que escribir unas líneas sobre
Madame Bovary.
Compré el libro hará un par de años, después de oír a Juan José Millás unas cuantas veces decir que lo realmente subversivo sería, en vez de botellones, romper cabinas y mear en las esquinas dibujando símbolos anarquistas (cito de forma completamente creativa), quedarse un sábado en casa leyendo la obra de Flaubert. Andaba por la Casa del Libro buscando algo en lo que gastar unos eurillos cuando di con una edición barata de la citada novela. Debí haber sospechado de un libro que no llegaba a los cinco euros por más de cuatrocientas páginas, pero sólo pensé que a ese precio podía comprar más libros. Después de aquello, el libró vagó por diferentes estanterías de casa sin que me animara a abrirlo. Siempre aparecía otro más urgente, más apetecible. Hasta que después de los exámenes de febrero recuperé la fiebre lectora y me atreví a meterle mano. (Que nadie se extrañe de que use semejante terminología: basta con leer mi Introducción a la Lectura. Ah, es cierto, no lo he posteado por aquí. Cuando me encuentre con ánimos lo haré) Y, por darle el gusto a Millás, me quedé un par de sábados en casa leyéndola.
En fin. Empezaré diciendo que me gustó. A grandes rasgos, cuenta la historia de un médico de provincias y su esposa, la Madame Bovary del título, una mujer algo inconformista. Todo en un ambiente rural y anticuado, como corresponde a la Francia de mediados del XIX. Por algo le llaman novela decimonónica. El estilo es claro y preciso sin pecar de parco. Un ejemplo de lo que es escribir bien, si no fuera por la traducción que a veces chirría en unos giros muy extraños. De hecho, en ocasiones tuve la sensación de que estaba traducido de una traducción previa al inglés; será porque en francés hay formas de expresarse parecidas. Cosas del contagio entre lenguas.
La trama no es especialmente absorvente: no hay un ritmo frenético, ni situaciones tensas que te hacen correr de un capítulo a otro, ni giros inesperados. Aún así, consigue enganchar a base, precisamente, de contar bien una historia. A pesar también, de unos personajes que no consiguen despertar ninguna simpatía. Lo cual no quiere decir que sean planos, ni mucho menos. Simplemente, no hay ningún héroe, nadie a quien admirar:
El médico Bovary es un tipo mediocre que aprobó los exámenes de Medicina a duras penas y porque su madre le insistió. Luego se casó, de nuevo gracias a su madre, con una viuda que parecía rica y que murió poco después sin dejar nada. Soltero de nuevo, se enamora de la hija de un granjero y se casa con ella. Como médico, es capaz de curar resfriados, entablillar huesos rotos y poco más. Encima, su mujer no le ama y el tipo es tan calzonazos que sigue completamente entregado, y se diría que ajeno.
La señora Bovary es hija de un pequeño terrateniente que se ha criado en un internado entre clases de piano y novelas rosas que le hacen imaginar un mundo que nunca encontrará en su vida. Se casa con un hombre al que no está segura de amar, pero, oye, es médico y parece buena persona. Termina por exasperarle que el tipo sea tan pánfilo y le toma una tirria tremenda, hasta el punto de buscarse algún que otro amante. Se muere por llevar un tren de vida alto, pues cree que esa vida edulcorada que ella busca está en la aristocracia y quiere aparentar, lo que le acabará llevando a una espiral de deudas que dejarán la casa en la ruina.
El farmacéutico, Homais, es otro al que le encanta tener buena fachada. Siempre atento a opinar para que se note lo inteligente y leído que es, tiene debilidad por las discusiones teológicas contra el párroco.
Así podríamos seguir: nobles con amantes de usar y tirar, ladinos prestamistas y otros entrañables ejemplares, pero mejor os dejo algo para cuando leáis la novela. Ninguno de los personajes como digo, busca caer simpático al lector: unos son odiosos, otros dignos de lástima, el de más allá anodino, el siguiente afectado. No he empatizado con ninguno de ellos, ni siquiera con los más débiles, pues generalmente se granjean su desgracia a base de mucho trabajo o mucha desidia. Hecho interesante, pues supone un interesante cambio en la forma de narración: la figura del antihéroe no aparecería hasta tiempo después y, aún así, suele ser una persona
normal, con la que puedes indetificarte en sus defectos y simpatizar.
A pesar de lo que haya podido parecer, una lectura muy recomendable.