18 noviembre 2015

Le Déserteur y monsieur Faber

En estos días inciertos en los que tanto miramos a Francia no puedo evitar acordarme de mi buen amigo Boris Vian. Ingeniero, trompetista de jazz, compositor y escritor francés de inagotable humor por el que apenas pasan los años. Lo mismo se codeaba con Miles Davis que hacía una versión musical del código de circulación o escribía una novela como La espuma de los días.

En 1954, año en que Francia termina la guerra de Indochina (1945-54) y comienza la de Argelia (1954-62), Boris Vian escribe una canción antibelicista titulada Le Déserteur (El desertor). Interpretada por Mouloudji, la canción tiene relativamente buena acogida entre el público. Sin embargo, en enero de 1955, un gris funcionario llamado Paul Faber la escucha en la radio y se siente tan ofendido que pide su retirada. Le Déserteur sería censurada en la radio por "antipatriotismo" hasta 1962, tras la guerra de Argelia y muerto Vian. En respuesta, Boris Vian envió una maravillosa carta abierta a France-Dimanche que sólo fue publicada tras su muerte temprana.

Para quien ande flojo en francés, la canción viene a decir algo así:

Señor presidente:
Le escribo una carta
que tal vez leerá
si tiene tiempo.
Acabo de recibir
mis papeles militares
para ir a la guerra
antes de la tarde del miércoles.
Señor presidente,
no quiero hacerla,
no estoy en la tierra
para matar desgraciados.
No es para enfadarle,
debo decírselo,
mi decisión está tomada,
voy a desertar.

Desde que nací,
he visto morir a mi padre,
he visto partir a mis hermanos
y llorar a mis hijos.
Mi madre ha sufrido tanto
que está en su tumba
y pasa de las bombas
y pasa de los gusanos1.
Cuando estaba prisionero,
me robaron a mi mujer,
me robaron mi alma,
y todo mi preciado pasado.

Mañana de madrugada
cerraré mi puerta
en las narices de los años muertos,
iré por los caminos.
Mendigaré mi vida
por los caminos de Francia
de Bretaña a Provenza
y gritaré a la gente:
"Negaos a obedecer,
negaos a hacerla,
no vayais a la guerra,
negaos a partir."

Si hace falta dar su sangre,
dé usted la suya,
es usted buen santo2,
señor presidente.
Si usted me persigue,
prevenga a sus gendarmes
de que no tengo armas
y podrán disparar3.


  1. "elle se moque des bombes et se moque des vers" bien podría ser también "se burla de las bombas y los gusanos". Incluso en vez de gusanos podrían ser "los versos", oponiendo bombas y literatura. Qué difícil es esto de traducir. 
  2. "vous êtes bon apôtre", literalmente "es buen apóstol", expresión irónica para quien se esfuerza en parecer bueno, pero del que no conviene fiarse. 
  3. Hay una variante menos pacifista de las dos últimas líneas en la que decía lo contrario: "Que j'emporte des armes / Et que je sais tirer"; o sea, "que llevo armas y sé disparar". Parece ser que esta era la versión inicial de Boris Vian y fue Mouloudji quien le convenció de suavizar el tono, más acorde con el resto de la canción. 

No he encontrado versión traducida de su carta abierta al señor Faber, así que me arremango la camiseta y me tiro a la piscina con este intento. Disculpen sus muchos fallos.

Estimado señor:

Ha tenido usted a bien atraer los rayos del candelero de la actualidad sobre una canción muy sencilla y sin pretensión, Le Déserteur, que usted ha oído en la radio y de la que yo soy autor. Ha creído usted necesario fingir que se trataba de un insulto a los antiguos combatientes de todas las guerras pasadas, presentes y futuras.

Ha pedido usted al prefecto de Seine que esta canción no se emita más en las ondas. Esto confirma a quien quiera oírlo la existencia de la censura en la radio y es un detalle útil de conocer.

Lamento decírselo, pero esta canción ha sido aplaudida por miles de espectadores, especialmente en el Olympia (3 semanas) y el Bobina (15 días) desde que Mouloudji la canta. A algunos, lo sé, les ha parecido ofensiva: eran muy pocos y temo que no la hayan comprendido. He aquí algunas explicaciones para ellos.

De las dos cosas, la primera: antiguo combatiente, ¿combate por la paz o por placer? Si combatiese por la paz, lo que me atrevo a esperar, no se tire sobre alguien que está de su lado y responda a la siguiente pregunta: ¿si no atacamos la guerra durante la paz, cuándo tendremos el derecho de atacarla? ¿O tal vez amara usted la guerra y combatiese por placer? Es una suposición que ni siquiera me permitiría hacer, pues, por mi parte, no soy de tipo agresivo. Así, esta canción que combate aquello contra lo que usted ha combatido, no intente, jugando con las palabras, hacerla pasar por lo que no es: no es juego limpio1.

Pues hay buenas guerras y malas guerras, aunque el acercamiento de “buena” y “guerra” tienda a chocarme, a mí y a muchos otros, de primeras, como la canción ha podido chocarle de primeras. ¿Llamaría usted una buena guerra a la que se intentó que hicieran los soldados franceses en 1940? Mal armados, mal guiados, mal informados, no teniendo a menudo por defensa más que un fusil en el que ni siquiera entraban los cartuchos que les dábamos (entre otros, esto le ocurrió a mi hermano mayor en mayo de 1940), los soldados de 1940 han dado al mundo una lección de inteligencia rechazando el combate: aquellos que eran capaces de hacerlo lucharon, y muy bien; pero el bello gesto que consiste en hacerse matar por nada no conviene hoy que se mata mecánicamente; ni siquiera tiene valor de símbolo, si podemos considerar que lo haya tenido al imponer al vencedor el respeto del vencido.

Además, morir por la patria está muy bien; aunque no conviene morir todos -¿dónde quedaría la patria?-. No es la tierra: es la gente, la patria (el general De Gaulle no me contradirá en este aspecto, creo). No son los soldados: son los civiles los que se supone que defendemos -y los soldados no tienen mayor prisa que la de volverse civiles, pues eso significa que la guerra ha terminado-.

Por lo demás, si esta canción puede parecer apuntar indirectamente a una cierta categoría de gente, no son seguro los civiles: ¿los antiguos combatientes serían militares? ¿Y podría explicarme lo que usted entiende por antiguo combatiente? ¿“Hombre que lamenta haber sido obligado a tomar las armas para defenderse” u “hombre que añora la época en que se combatía”?2 Si es “hombre que ha mostrado su valor en combate”, toma un tono agresivo. Si es “hombre que ha ganado una guerra”, un poco vanidoso.

Créame… “antiguo combatiente” es una palabra peligrosa; no deberíamos presumir de haber hecho la guerra, deberíamos lamentarlo -un antiguo combatiente está mejor situado que nadie para odiar la guerra-. Casi todos los verdaderos desertores son “antiguos combatientes” que no han tenido la fuerza para ir hasta el final del combate. Y, ¿quién les tirará la piedra? No… si mi canción puede disgustar, no es a un antiguo combatiente, estimado M Faber. No puede hacerlo más que a una cierta categoría de militares de carrera; hasta nueva orden, considero al antiguo combatiente como un civil contento de serlo. Hay militares de carrera que consideran la guerra como una plaga inevitable y se esfuerzan por acortarla. Se equivocan al ser militares, pues es declararse desmotivado por adelantado y admitir que no se puede evitar esta plaga; pero esos militares son hombres honestos. Tontos, pero honestos. Y estos tampoco han podido sentirse señalados. Sépalo, algunos me han felicitado por esta canción. Desgraciadamente, hay otros. Y a esos, si les he ofendido, estoy encantado. Ya les toca. Sí, estimado M Faber, imagínese, algunos militares de carrera consideran que la guerra no tiene otro fin que matar gente. El general Bradiey por ejemplo, cuyas memorias de guerra he traducido, lo dice con todas las letras. Entre nosotros, nueve de cada diez personas tienen ideas falsas sobre este tipo de militar de carrera. La historia tal como nos la enseñan está llena del relato de sus inútiles hazañas y de sus bárbaras demoliciones; preferiría -y somos unos cuantos en ese caso- que se enseñara en las escuelas la vida de Eupalino o el relato de la construcción de Notre-Dame en vez de la vida de César o el relato de las hazañas astutas de Gengis Khan. El bravucón siempre ha sabido forzar al civilizado a interesarse por su interesante persona; donde la atención no nace por sí misma, hace falta exigirla, y nada más fácil cuando se dispone de armas. No se arreglan estos problemas en diez líneas, pero uno de los países más civilizados del mundo, Suiza, los ha resuelto, os lo señalo, creando un ejército de civiles; para cada uno de ellos la guerra tiene un solo significado: defenderse. Esta guerra es la buena guerra. Al menos la única inevitable. La que nos viene impuesta por los hechos.

No, M Faber, no busque el insulto donde no está, y si lo encuentra, sepa que será usted el que lo ha puesto. Digo claramente lo que quiero decir: y nunca he tenido deseo de insultar a los antiguos combatientes de las dos guerras, a los resistentes, entre los que cuento muchos amigos, y a los muertos de la guerra -entre los que cuento a muchos otros-. Cuando insulto (y es algo que se da poco) lo hago con franqueza, créame. Nunca insultaría a hombres como yo, civiles, a los que han puesto un uniforme para poderlos matar como simples objetos, llenándoles la cabeza de consignas vacías y pretextos falaces. Luchar sin saber por qué se lucha es propio de un imbécil y no de un héroe. El héroe es aquel que acepta la muerte cuando sabe que será útil para los valores que defiende. El desertor de mi canción no es más que un hombre que no sabe; ¿y quién se lo explica? No sé de qué guerra es usted antiguo combatiente, pero si ha hecho la primera, reconozca que estaban más dotados para la guerra que para la paz; aquellos que, como yo, cumplieron veinte años en 1940 recibieron un extraño regalo de cumpleaños. No me pongo entre los valientes: postergado por una enfermedad cardiaca, no combatí, no fui deportado, no colaboré. Permanecí, durante cuatro años, un imbécil malnutrido entre tantos. Uno que no comprendía porque, para comprender, hace falta que te expliquen. Tengo treinta y cuatro años hoy en día, y se lo digo: si se trata de caer por azar bajo la escarcha de napalm, peón oscuro en una pelea guiada por intereses políticos, me niego y me voy al maquis. Haré mi propia guerra. El país entero se ha levantado contra la guerra de Indochina cuando ha conseguido saber de qué se trataba, y los jóvenes que se han hecho matar allí porque creían servir para algo -se lo habían dicho-, yo no les insulto, les lloro; entre ellos se encontraban, quién sabe, grandes pintores, grandes músicos y, seguro, personas honestas.

Cuando vemos una guerra terminar en un mes por la voluntad de un hombre que no escatima, en este aspecto, palabras nebulosas y gloriosas, debemos creer, si no lo habíamos comprendido, que esta al menos no era inevitable. Pregunte a los antiguos combatientes de Indochina -a Philippe de Pirey, por ejemplo (Opération Sachis, editorial Julliard)- qué es lo que piensan. No soy yo quien se lo dice -es alguien que vuelve de allí-, pero tal vez usted no lea. Si se contenta con la radio, evidentemente, no anda usted sobrado en información. Como medio de progresión cultural es excelente en teoría, la radio; pero no se usa con demasiado juicio.

Además, podría buscarle las cosquillas. ¿Quién es usted para acusarme así, M Faber? ¿Se considera usted un modelo? ¿Un patrón de referencia? Nada me gustaría más que creerlo -aunque haría falta que le conociera-. Nada me gustaría más que conocernos, pero usted me ataca así, maliciosamente, sin siquiera escucharme (yo hubiera podido explicarle esta canción, puesto que le hace falta un dibujo). Me encantaría tomar ejemplo de usted si reconociera en usted las cualidades admirables que posee, no lo dudo, pero que no son apenas manifiestas hasta ahora, puesto que solo conozco de usted un acto hostil hacia un hombre que intenta ganarse la vida haciendo canciones para otros hombres. Claro que quiero seguir a Faber. Sin embargo, los hombres de mi generación están hartos de lecciones; prefieren sus ejemplos. Hasta ahora me he contentado con gente como Einstein, por no citarle más que a él. Mire lo que escribe sobre los militares Einstein…

“ (...) Este asunto me lleva a hablar de la peor de las creaciones: la de las masas armadas, del régimen militar, que odio; desprecio profundamente a aquel que puede, con placer, marchar en filas y formaciones, tras una música: sólo por error ha recibido un cerebro; una médula espinal le valdría ampliamente. Deberíamos, lo más rápido posible, hacer desaparecer esta vergüenza de la civilización. El heroísmo por petición, las vías de hecho estúpidas, el enojoso espíritu de nacionalismo, cuánto lo odio todo esto: cuánto la guerra me parece inmunda y despreciable. Preferiría dejarme cortar en pedazos que participar en un acto tan miserable. A pesar de todo, tengo tan buena opinión de la humanidad que estoy convencido de que ese fantasma habría desaparecido hace tiempo si el sentido común de los pueblos no fuera sistemáticamente corrompido, por medio de la escuela y la prensa, por los intereses del mundo político y del mundo de los negocios.”

¿Atacaría usted a Einstein, M Faber? Es más peligroso que atacar a Vian, se lo aviso… Y no me diga que Einstein es un idiota: los militares mismos van a pedirle sus recetas, pues reconocen su superioridad (ver el tema atómico). No tienen la aprobación de Einstein, vea; son malos estudiantes; y no es Einstein el responsable de Hiroshima ni del lento envenenamiento del Pacífico. Van a pedirle sus recetas y luego se apresuran a olvidar el manual de instrucciones: las líneas precedentes muestran claramente que no eran para ellos. Usted ha olvidado el manual de instrucciones de mi canción, M Faber: pero no soy rencoroso, estoy dispuesto a cambiarle por Einstein como modelo a seguir si me demuestra que salgo ganando. No compro con los ojos cerrados.

Queda todavía un punto sobre el que no hubiera querido insistir, pues no os hace honor, pero usted ha iniciado públicamente las hostilidades; usted es el agresor.

Autor de escándalo (para aquellos que ignoran las humillaciones raciales), ingeniero renegado, exmúsico de jazz, extodo lo que quiera (véase la prensa de la época), no tengo mucho peso frente al señor Paul Faber, consejero municipal. Soy un objetivo fácil; no arriesga gran cosa. Y ya ve, sin embargo. Lejos de desertar, intento defenderme. Si es así como usted entiende la guerra, evidentemente, ¿es para usted una operación sin riesgo? ¿Pero por qué entonces toda su palabrería? Cualquiera puede presentar una queja sobre cualquiera, incluso si el segundo ha obtenido la aprobación de la mayoría. Es generalmente la minoría gruñona quien protesta, y los jueces le dan generalmente la razón, ya lo sabe: juega usted sobre seguro. Ya ve, ni siquiera estoy seguro de que France-dimanche, a quien la dirijo, publique esta carta: ¿qué me quedará para luchar contra sus calumnias? No luche así, M Faber, y créame: si sé que es cobarde, nunca eludiré a un adversario, incluso mucho más poderoso que yo; puesto que soy yo quien proclama la preeminencia del espíritu sobre la materia y de la inteligencia sobre la brutalidad, me tocará probarlo; y si fracaso, fracasaré sin gloria, como todos los tipos que duermen bajo un metro de tierra y cuya muerte no ha servido realmente para dar a los supervivientes el gusto de la paz. Pero por favor, no finja que cree que cuando yo insulto a esa ignominia que es la guerra, insulto a los desgraciados que son las víctimas: son procedimientos característicos de aquellos que los emplean que consisten en fingir no comprender; y en vez de tomarle por un hipócrita me atrevo a esperar que en realidad usted no había comprendido nada y que la presente disipará felizmente las tinieblas. Y un consejo: si la radio le aburre, gire el botón o regale su aparato; es lo que yo he hecho desde hace seis años; elija lo que le guste, pero deje a la gente cantar, y escuchar lo que les gusta. ¿Era acaso la libertad en general que usted defendía cuando luchaba o la libertad de pensar como M Faber?

Muy cordialmente,

Boris Vian


  1. En el francés original usa la expresión "de bon guerre", utilizada para señalar una acción hábil de un adversario, tal vez dura, pero legítima. A lo largo de la carta, Vian irá jugando con esta expresión hablando de buenas y malas guerras. 
  2. Aquí Vian juega con el doble sentido del verbo "regretter", que significa tanto lamentar como añorar.