22 noviembre 2010

Cuestión de género

A lo largo de los años hay algunas decisiones importantes que adoptar. Una de ellas es qué género de vida queremos llevar. Últimamente estaba tomándome la mía demasiado en serio y la cosa empezaba a parecerse peligrosamente a un drama. Afortunadamente, he recordado que la mejor fórmula para combatir la cruel indiferencia y el absurdo cósmicos es quitarle la s y tomárselo a risa. Si no soy cristiano no hace ninguna falta vivir en un valle de lágrimas.

Me gustaría pensar que es una comedia romántica en la que al final me caso con la chica, pero tampoco voy a hacerle ascos a unos toques de humor negro. Ni, si toca pasar humillaciones, renunciar al patetismo. O a alargar situaciones hasta provocar risitas incómodas. Al fin y al cabo, el humor es una de las formas más lúcidas de seguir cuerdo. La muerte es una calavera eternamente sonriente.

Y si resulta ser una tragicomedia, siempre queda el alivio cómico de Madrid.

17 septiembre 2010

Formas de perder el tiempo en exámenes (y 6)

Perder el tiempo no es tan fácil como parece. De hecho, podría llegar a considerarse todo un arte. Imagínense que llegan al trabajo a las nueve de la mañana y se proponen no hacer nada en toda la jornada. O que van a la biblioteca a pasar el día con el firme propósito de no estudiar un solo tema del próximo examen. Tienen por delante seguramente diez horas de hercúleo esfuerzo luchando contra la conciencia --¡estudia!, ¡trabaja!, nos grita, la negrera; cómo se nota que no es ella la que tiene que hacerlo-- y la dinámica que nos rodea (salvo que sean funcionarios, unos auténticos héroes de la procastinación).

La clave está en dividir una inabordable tarea titánica en otras más fácilmente asumibles. Sentarse delante de la mesa pensando que no vamos a hacer nada de provecho en las próximas horas puede parecer inadmisible. En cambio, mirar un momentito el correo electrónico y las portadas de los periódicos no tiene nada de malo. Pasarse el día viendo series es un suicidio, pero ver otro capitulito no es más que media hora. Sería vergonzoso tirar las horas leyendo blogs, pero consultar las actualizaciones del Reader por si hubiera algo interesante no puede ser más inocuo.

En definitiva, hay que ponerse objetivos a corto plazo. Voy a mirar el Facebook hasta en punto. A ver qué ha pasado en el mundo hasta y media. Ya para lo que queda hasta la hora de la comida, mejor no empiezo a trabajar y lo dejo para después. Tampoco inmediatamente, que haciendo la digestión no se piensa bien. Miraré el último meme de Youtube. Intervendré en este flame de ciencia contra religión. Un sólo partido al Pro sirve perfectamente para despejar un poco la cabeza. Ya para lo que queda antes de irme a casa no merece la pena, así que deja para mañana lo que podrías haber hecho hoy.

19 agosto 2010

Tradiciones

Un argumento habitual a favor del mantenimiento de rituales absurdos y formas de vida arcaicas es decir que forman parte de la tradición. Por alguna razón, parece que eso debiera suspender nuestro juicio. Si es tradicional, no puede ser malo. No sólo eso: debemos seguir haciéndolo así, esforzarnos por conservarlo. Tal vez sea por haber crecido en Madrid, una ciudad con un apego a las tradiciones similar al de Henry VIII por sus esposas, pero a mí las tradiciones me importan bastante poco. Sí, tenemos nuestras fiestas patronales, con sus vestimentas, bailes y comidas tradicionales, pero nadie en su sano juicio los defiende como un rasgo de madrileñidad, pues no son más que una excusa para hacer el tonto y divertirse. Cualquiera que viva en Madrid es acogido sin necesidad de demostrar nada y el madrileño por antonomasia es aquél que no tiene ascendientes en la villa y corte.

Al fin y al cabo, las tradiciones no son algo estático, se crean y se destruyen (o quizás, como la energía, sólo se transforman). Pretender que tenemos que seguir haciendo lo que nuestros padres y abuelos es además peligroso, contrario a toda idea de progreso, pues nos mantiene anclados al pasado, incapaces de superarnos. ¿Qué sentido tiene defender la agricultura "tradicional" cuando los avances técnicos del siglo XX nos permiten hacer la tarea mucho más liviana y productiva? ¿Quién quiere una impotente medicina "tradicional" cuando la ciencia moderna es capaz de erradicar males de los que la gente se moría ayer mismo? ¿Alguien sigue usando el correo "tradicional" como principal medio de comunicación a distancia?

Algo similar nos ocurre con la palabra "natural" (y su antítesis la química), a menudo sinónimo de bueno. Qué quieren que les diga, lo natural (y tradicional) es morirse de cualquier nimiedad, vivir en las cuevas y darnos de pedradas por la menor tontería. Conmigo que no cuenten. Yo quiero disfrutar de todas las artificiales creaciones artísticas humanas, ponerme novedosas vacunas para la polio, ir a la montaña con un sintético calzado de goretex, no quemarme cuando me pongo al sol gracias a potingues químicos, hablar con mis amigos por videoconferencia cuando estamos muy lejos a través de cancerígenas ondas y dominar los instintos naturales para intentar resolver los conflictos de forma civilizada.

Y que les den a las naturales tradiciones milenarias.

07 agosto 2010

Oblivion

(...) todos la olvidaron y luego se fueron olvidando a sí mismos, que es lo que pasa cuando uno olvida a los amigos.

(Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, p.551)

03 agosto 2010

Champiñones

Je connais une planète où il y a un monsieur cramoisi. Il n'a jamais respiré une fleur. Il n'a jamais regardé une étoile. Il n'a jamais aimé personne. Il n'a jamais rien fait d'autre que des additions. Et toute la journée il répète comme toi : "Je suis un homme sérieux! Je suis un homme sérieux!", et ça le fait gonfler d'orgueil. Mais ce n'est pas un homme, c'est un champignon!

(A. Saint-Exupéry, Le petit prince, p.33)

Que viene a querer decir algo así:

Conozco un planeta donde hay un señor todo rojo. Nunca ha olido una flor. Nunca ha mirado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho más que sumas. Y todo el día repite como tú: "¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!", y eso le hace hincharse de orgullo. Pero no es un hombre, ¡es una seta!

09 febrero 2010

Paranoicos que aciertan

Publica hoy Escolar una curiosa entrada en la que es capaz de argumentar por el blanco y el negro a la vez sin despeinarse. A mí me ha dejado francamente impresionado. Dice el buen hombre (la negrita, claro, es mía):

Mientras tanto, en el otro extremo de la galaxia, José Blanco contaba la feria de otra manera, según una conspiración universal donde sólo faltan los templarios. “Nada de lo que está ocurriendo en el mundo, incluidos los editoriales de periódicos extranjeros, es casual o inocente”, dice el vicepresidente cuarto (o primero) del Gobierno, que argumenta que los problemas del bono español responden a un ataque de “los especuladores”, que “no quieren que se regulen los mercados”. Blanco no aclara qué parte del programa de Zapatero para refundar el capitalismo (sarcasmo) es la que ha enfadado al club Bilderberg o a los reptilianos. Pero tiene razón en una cosa: hay un ataque especulativo contra nuestra deuda.

O sea, que se burla de Blanco porque dice que sufrimos un ataque especulativo... para acabar diciendo que tal ataque existe. Chapeau. Una argumentación impecable. Oscar Wilde lloraría de alegría:

Consistency is the last refuge of the unimaginative.

08 febrero 2010

Lo que Shackleton se olvidó

La Antártida, el continente más inhóspito del planeta. Temperaturas bajo cero, una capa de kilómetros de hielo bajo los pies y un sol que no calienta pero abrasa nos permite ver que hasta donde alcanza nuestra vista no hay absolutamente nada. Sólo el blanco y el azul más puros. Un grupo de intrépidos neozelandeses se enfrenta a tan extremas condiciones para rescatar a un escocés que ha quedado atrapado en una cabaña cubierta por el hielo.

El escocés lleva sepultado más de 100 años, pero cuando lo descubrieron en 2006 parecía en buen estado. Ahora por fin la meteorología permite intentar el rescate. El escocés pertenece a la estirpe Mackinley y lleva por mote Rare Old. En la etiqueta lo pone bien claro: "Mackinley's Rare Old blended Scotch whisky". Tres cajas, nada menos.

18 enero 2010

El karma

El otro día, hablando con unos amigos, alguien comentó una desgracia que le había ocurrido a un conocido común. Un segundo apostilló: "Eso es el karma". Como un tercero preguntara qué cosa era eso del karma (¿pero es que esta gente ni siquiera a visto My name is Earl?), el segundo se apresuró a contestar "que cuando haces cosas malas te pasan cosas malas". A todo el mundo le debió parecer una buena definición, porque nadie dijo nada, así que me vi obligado a intervenir para explicar que también "si haces cosas buenas, te pasan cosas buenas".

Dejando a un lado el que haya reencarnación de por medio o no -en la visión occidental no suele haberla-, me di cuenta por primera vez (lento que es uno) de que el karma es una versión del sistema de castigo/recompensa similar a la cristiana infierno/cielo. En este caso, con el infierno en la tierra. También me percaté de que la gente sólo se queda con la parte coercitiva, con el no te portes mal porque serás castigado.

Creo que es una idea representativa de la sociedad en la que vivimos, o tal vez de cómo es el hombre: parecemos necesitar una razón, a ser posible una fuerza externa que nos juzgue y castigue, para no dar por saco al prójimo. Es decir, que muchos irían haciendo mal a los demás si no temieran que tuviera alguna repercusión negativa sobre ellos mismos. Lo importante son las consecuencias de mis actos, pero, eso sí, las consecuencias sobre mí. Incluso me atrevería a aventurar que el otro lado de la moneda es posible, actuar bien únicamente esperando ser recompensado de alguna manera.

Lejos queda el hacer las cosas bien simplemente porque sea lo correcto, porque es lo que dicta tu conciencia, porque eres de ética kantiana y quieres que de tus actos se desprendan máximas universales. Buscamos unos latigazos o una zanahoria que nos lleven por el buen camino. Y si ya no creemos en el cielo ni en el infierno, por qué no traerlos a la vida diaria gracias al karma.

02 enero 2010

Seguridad aeroportuaria

Pasando el control de seguridad del aeropuerto para la vuelta a París, una vez vaciados los bolsillos y pasado el arco detector sin que pitase (y eso que se me había olvidado quitarme el cinturón), me para el responsable poniéndome la mano delante, tocando el pecho, no obstruyendo el paso, y me dice "a ver qué llevas ahí", señalando mi tobillo. Es un vaquero normal y corriente, que como me está un poco largo hace algo de bolsa cerca del zapato. Y en vez de palpar, el hombre se pone a subirme el pantalón. Puesto que me lo estoy pisando (ya he dicho que me está largo), no lo logra y tira más fuerte. Con el propio forcejeo se da cuenta de que no oculto nada y me deja pasar.

A ver qué llevas ahí. No "disculpe, caballero, me permite comprobar...", ni "perdone, voy a tener que...". A ver qué llevas ahí. Tuteando. Sin una disculpa. Acusando directamente. A ver qué llevas ahí.

Tampoco es tan grave, diréis. Seguramente. Sólo es otra constatación de que el loco mundo de la seguridad aeroportuaria está hecho básicamente para dar por saco al viajero. Una estrategia, a mi juicio, suicida. Lejos quedan los días en que el viajero de avión podía deambular tranquilamente por el aeropuerto, era agasajado a bordo y tratado con una amabilidad rayando lo incómodo. Ahora te restringen lo que puedes subir, te quitan cosas del equipaje arbitrariamente, te tratan como un delicuente en potencia y te sientan más apretado que en un autobús escolar.

En algún momento, se darán cuenta de que la mejor manera de asegurarse la seguridad a bordo es, directamente, no permitir la entrada en la nave de equipaje alguno ni pasajeros. Por si acaso alguien de Al Qaeda se infiltrase en la tripulación, ésta será reemplazada completamente por máquinas. Así los aviones podrán ir de un sitio a otro sin poner en riesgo la vida de nadie y con una puntualidad inglesa. Como transporte ya usaremos los trenes.