08 agosto 2006

Wintel

En estos tiempos de alianzas AMD-Ati, las dos grandes del sector no se podían quedar con los brazos cruzados. Hace tiempo se hablaba de la plataforma "de facto" que formaban Microsoft e Intel. Ahora, tras años de desarrollo conjunto en secreto, por fin se puede observar el fruto de tanto esfuerzo: una maravillosa obra de ingeniería que revolucionará el mundo de las TIC. Y eso que es sólo una primera versión del prototipo.


Señoras y señores: en exclusiva, para todos ustedes, el futuro, hoy:

Wintel

Capital

- Joder, macho, menudo calor: no he pegado ojo en toda la noche.
- Pues yo he dormido como un tronco.
- Nos ha jodido, con aire acondicionado...
- Bueno...
- Pero es que luego de día es peor. Un puto ventilador para toda la casa. Tú al menos tienes piscina y te puedes poner en remojo cuando quieras.
- Bah, al final la piscina tampoco la usas tanto como crees.
- ¿Qué, te pasas el día en casa con el aire?
- No. Me gusta salir a navegar.
- Ya, claro. El yate. Si yo tuviera un yate...
- No te creas que lo disfrutas tanto: que si revisiones, que si llenar el depósito, que si la mujer se marea... y luego a ver qué haces con él en invierno, que es una pasta.
- Hombre, yo creo que compensa.
- Psé. Hay que saber despreciar las cosas en su justa medida.

06 agosto 2006

Noches locas y mañanitas tristes

A media tarde llamé a Juani y le dije, poco más o menos, que me llevara "where there's music and there's people who are young and alive (...) because I want to see people and I want to see lights (...) take me anywhere, I don't care", que se me acaba esta breve etapa de estar solo en casa. El hombre cumplió y nos arrastramos por diversos tugurios cuya existencia desconocía -y hacía bien-, con los resultados habituales de embriaguez y retorno a casa con las manos vacías -siempre queda la posibilidad de ocuparlas uno mismo-.
De vuelta a casa he recogido el periódico y he realizado una primera lectura mientras en la tele alternaba entre una película de Lucky Luke y un capítulo de Oliver y Benji y desayunaba por segunda vez. El estómago rugía.
Me he despertado como si llevara una semana andando por el desierto con una cantimplora. Entregado a la reposición de líquidos he puesto la fórmula 1. Llovía. He preparado un tercer desayuno que tampoco ha conseguido asentarme las tripas. Me la he meneado viendo la maravillosa remontada de Alonso, pero cuando ya lo tenía a punto, a Raikkonen se le ha cruzado un cable y ha dejado de llover, sin que ambos hechos tengan conexión aparente. Al menos De la Rosa segundo. Intento hacer algo tranquilo, pero en la cabeza tengo un circo de tres pistas con un funámbulo domando leones. Así que he acabado con más tele: la selección dándole cera a Argentina. Baloncesto, claro, no fútbol. Luego me he duchado a ver si mejoraba algo; tampoco ha surtido gran efecto: el cuerpo necesitará otra noche de reposo para recuperarse.
Juro solemnemente que voy a dejar el DYC por otros whiskies más decentes.

04 agosto 2006

Crónicas de Benicàssim (I)

Disclaimer: Esto es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es pura coincidencia. Por supuesto, yo no soy yo. O yo no es yo. Yo es el que firma los artículos.


Día -1

La noche anterior a la partida me quedo escribiendo una carta hasta las tantas de la madrugada y me rebano la yema del dedo plegándola. ¿Tiene esto interés para el lector? Lo dudo. Pero puede servir como introducción desconcertante. Y no veáis cómo escocía la herida, tanto física como espiritualmente.

Día 0

A pesar de que el autobús sale a las doce, casi lo pierdo. Llego sudando después de media hora de carreras por la calle y los pasillos del metro para conseguir subirme un par de minutos antes de que cerraran las puertas. En mi asiento hay una chica bastante guapa; trato de explicárselo -que se ha sentado en mi sitio, no lo buena que está; supongo que es plenamente consciente de lo segundo- lo más educadamente que puedo, aún sin resuello y con goterones resbalando por mi frente. Ella se quita disculpándose, como no había nadie... y se va un par de filas más allá, dejándome dos asientos para mí; sin compañía en un viaje de seis horas. No sé si aguantaré tanto tiempo callado. Da igual. El autobús arranca y ya nada puede separarme del FIB. Mierda, me he olvidado de echar la carta.

Al filo de las seis de la tarde desembarco en Benicàssim y en apenas una hora consigo llegar a mi camping. Ya tengo la tienda plantada, y bebida para ponernos a tono. Entre montar el toldo que he llevado, organizar un poco las cosas y trago va, trago viene, nos perdemos al Señor Mostaza, y mira que unos cuantos teníamos ganas de verle en directo. En vista de que, con permiso de Tom Verlaine, no hay ninguna actuación interesante hasta los Sunday Drivers, pasada la medianoche, decidimos reservar fuerzas y seguirnos tajando tranquilamente mientras se pone el sol. Y aún llegaríamos apurados a los toledanos. Como todavía no he canjeado la entrada por la pulsera, Juani y yo nos adelantamos, temiendo que haya cola. O esa era la excusa. Consigo pulsera en un par de minutos y, después de esperar infructuosamente a que lleguen los demás, dejamos, con gran dolor para el corazón y alivio para nuestros hígados, la mitad del alcohol en la puerta para pasar a los diez minutos de concierto. Llegamos mientras entonan Only In The Dark Days, sorprendiéndonos con el acompañamiento de la orquesta de cuerda. Concierto correcto, sin mayor novedad, con su Little Heart Attacks malamente coreado por el público -es lo que tienen estos macrofestivales llenos de guiris que desconocen la cultura local- y On My Mind como colofón. Aprovechamos el final para reintegrarnos en la vida grupal y conocer un poco el recinto; en particular, los baños y dónde conseguir cerveza. De nuevo hay tiempo muerto hasta que toquen Scissor Sisters a las tres de la madrugada, empleado en mantener la zorra -que a estas alturas es considerable- y tomar contacto con la pista pop, refugio de buena música.

Nos volvemos a separar Juani, el Canario y yo para ver a las hermanas, que han colgado unas gigantescas tijeras luminosas en el escenario con las que amenazan destrozarnos. Afortunadamente es así, y bailamos imparables tema tras tema. Mediado el concierto, ya se le ha acercado una inglesa a Juani: rubia, metro setenta... por metro setenta; realmente poco agraciada. El resto nos burlamos sin mucho disimulo mientras él le da largas diplomáticamente. Poco después noto que alguien me toca el pelo. Me vuelvo esperando encontrar a cualquier conocido que me haya localizado por mis rizos, pero resulta que es una guiri subida a hombros de un calvo. Sonrío y sigo bailando. Quizá fue un simple roce en pleno éxtasis danzante. Pero no, segundos más tarde me acaricia el pelo y el calvo me asegura que le gusta mi pelo. Que a ella le gusta mi pelo, quiero decir;el alopécico no llegó a manifestarme su opinión. La miro con nuevos ojos y, tal vez sea la descomunal curda que he estado trabajando, parece que la chica está bastante bien hecha. Medidas normales, dos ojos, dos agujeros en la nariz, la cantidad de apéndices y extremidades que caben esperar -ni menos ni, juraría, tampoco más-. El calvo vuelve a interceder y dice que le molo. She fancies you. Según el diccionario de Cambridge: “MAINLY UK INFORMAL to be sexually attracted to someone”, la frase no tiene muchas interpretaciones. Sólo dos: o la guiri me quiere truñir o el calvo me está vacilando. Tranquilo, será lo segundo. Sin embargo la chica desciende al nivel del suelo y acaba bailando a mi lado. Mis amigos han desaparecido del horizonte. ¿Es hora de meterle mano? ¿Aunque sólo sea un poquito? Hasta ahora ella ha llevado la iniciativa... cualquier persona sensata acabaría la frase con “...así que ya es hora de que dé yo un paso al frente”; en cambio, mi razonamiento dice “... y la cosa tiene buena pinta, así que puede seguir llevándola ella”. Inmerso en estas cuestiones filosóficas, Scissor Sisters se ponen a asesinar el Comfortably Numb de Pink Floyd y, cegado por la alegría, me voy a abrazar a Juani en una rápida escaramuza y vuelvo a mi posición. Me reconcilio con la canción. También me doy cuenta de que estoy demasiado cocido para mantener una conversación con un mínimo de coherencia. No digamos ya en inglés.

Acaba el concierto y voy a ver qué hacen las amistades. ¿Nos vamos? La gente comienza a retirarse, de modo que intento volver con mi inglesa a aclarar definitivamente el asunto. Sin embargo, otro síntoma del lamentable estado etílico agudizado por las altas horas de la noche: soy incapaz de distinguir un elefante a dos metros; no digamos ya una sílfide como la que yo estoy buscando. Adiós a la traca final de fin de fiesta. Quién sabe, quizá sea esa morena que hay cerca de un calvo besando a un maromo descomunal; quizá dejé a la mujer destrozada, con dos palmos de narices cuando creía que ya me tenía en el bote. Desde luego, no era mi intención.

Viendo que por ese frente tengo poco futuro, vuelvo a encontrarme con quienes no me van a dejar tirado. Otra ración de pista de baile, hasta que ya no nos aguanta el cuerpo y nos vamos a dormirla al campamento. Casi las seis de la madrugada. Tropiezo con cada viento que se interpone en mi camino. En nuestra tienda Saleroso IV nos da la bienvenida relinchando.

01 agosto 2006

El amo de casa

Esta semana y media que he conseguido quedarme solo en casa no está siendo tan productiva como esperaba. Ni leo, ni escribo, ni estudio tanto como pretendía. Sí he superado las cotas de pantalla: he terminado la segunda temporada de Lost y he visto unas cuantas buenas películas. El resto del tiempo lo pierdo de formas mucho más insustanciales.
Sin embargo, hacerme cargo del hogar durante un tiempo me ha permitido reencontrarme con las tareas domésticas. Para muchos son un suplicio, y quizá lo acabaría siendo también para mí si tuviera que realizarlas a lo largo de todo el año, pero yo no puedo evitar encontrarles cierto grado gratificante.
En primer lugar, porque no vienen impuestas. Nadie te obliga a limpiar tu habitación o hacer la compra, sino que eres tú el que encuentra el equilibrio, el punto en que pasar el aspirador es mejor que revolcarse en la mierda; el día que prefieres ir a por comida al mercado a una hora decente, después de haber probado todos los servicios de comida a domicilio del barrio; ese terrible momento en el que descubres que los calzoncillos, una vez usados, no vuelven a aparecer limpios en tu cajón por sí mismos y tienes que enfrentarte a la titánica tarea de hacer la colada. Todo depende de tu nivel de higiene, de la resistencia de tu estómago a la comida basura, del número de veces que le puedas dar la vuelta a los gallumbos -creo que la RAE todavía no se ha pronunciado sobre la ortografía de esta palabra, y Google ofrece resultados bastante parejos-. Todo suficientemente subjetivo.
Así, puesto que emprendes la tarea de buen grado, no hay razón para que no sea agradable. Vas al súper cuando quieres, empleas el tiempo necesario y compras lo que te apetece comer. En cuanto a los quehaceres puramente hogareños, todo se hace más fácil con un poco de música. Aprovecha para poner a todo volumen ese disco que te han prestado y no has encontrado el momento de escuchar o aquel otro que llevas tanto sin oír, y prepárate para una sesión de ejercicio moderado que te permitirá seguir las canciones sin problemas. Hasta puedes bailar agarrado a la fregona o a la plancha que nadie te mirará raro.
Además, cuando acabas te sientes a gusto contigo mismo, con la satisfacción del deber cumplido y mucho más limpio. El efecto puede ser tan reparador como una ducha. Al final estas cuestiones de higiene son beneficiosas para la autoestima y el placer personal, más allá de la cruda necesidad.