Disclaimer: Esto es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es pura coincidencia. Por supuesto, yo no soy yo. O yo no es yo. Yo es el que firma los artículos.
Día -1
La noche anterior a la partida me quedo escribiendo una carta hasta las tantas de la madrugada y me rebano la yema del dedo plegándola. ¿Tiene esto interés para el lector? Lo dudo. Pero puede servir como introducción desconcertante. Y no veáis cómo escocía la herida, tanto física como espiritualmente.
Día 0
A pesar de que el autobús sale a las doce, casi lo pierdo. Llego sudando después de media hora de carreras por la calle y los pasillos del metro para conseguir subirme un par de minutos antes de que cerraran las puertas. En mi asiento hay una chica bastante guapa; trato de explicárselo -que se ha sentado en mi sitio, no lo buena que está; supongo que es plenamente consciente de lo segundo- lo más educadamente que puedo, aún sin resuello y con goterones resbalando por mi frente. Ella se quita disculpándose, como no había nadie... y se va un par de filas más allá, dejándome dos asientos para mí; sin compañía en un viaje de seis horas. No sé si aguantaré tanto tiempo callado. Da igual. El autobús arranca y ya nada puede separarme del FIB. Mierda, me he olvidado de echar la carta.
Al filo de las seis de la tarde desembarco en Benicàssim y en apenas una hora consigo llegar a mi camping. Ya tengo la tienda plantada, y bebida para ponernos a tono. Entre montar el toldo que he llevado, organizar un poco las cosas y trago va, trago viene, nos perdemos al Señor Mostaza, y mira que unos cuantos teníamos ganas de verle en directo. En vista de que, con permiso de Tom Verlaine, no hay ninguna actuación interesante hasta los Sunday Drivers, pasada la medianoche, decidimos reservar fuerzas y seguirnos tajando tranquilamente mientras se pone el sol. Y aún llegaríamos apurados a los toledanos. Como todavía no he canjeado la entrada por la pulsera, Juani y yo nos adelantamos, temiendo que haya cola. O esa era la excusa. Consigo pulsera en un par de minutos y, después de esperar infructuosamente a que lleguen los demás, dejamos, con gran dolor para el corazón y alivio para nuestros hígados, la mitad del alcohol en la puerta para pasar a los diez minutos de concierto. Llegamos mientras entonan Only In The Dark Days, sorprendiéndonos con el acompañamiento de la orquesta de cuerda. Concierto correcto, sin mayor novedad, con su Little Heart Attacks malamente coreado por el público -es lo que tienen estos macrofestivales llenos de guiris que desconocen la cultura local- y On My Mind como colofón. Aprovechamos el final para reintegrarnos en la vida grupal y conocer un poco el recinto; en particular, los baños y dónde conseguir cerveza. De nuevo hay tiempo muerto hasta que toquen Scissor Sisters a las tres de la madrugada, empleado en mantener la zorra -que a estas alturas es considerable- y tomar contacto con la pista pop, refugio de buena música.
Nos volvemos a separar Juani, el Canario y yo para ver a las hermanas, que han colgado unas gigantescas tijeras luminosas en el escenario con las que amenazan destrozarnos. Afortunadamente es así, y bailamos imparables tema tras tema. Mediado el concierto, ya se le ha acercado una inglesa a Juani: rubia, metro setenta... por metro setenta; realmente poco agraciada. El resto nos burlamos sin mucho disimulo mientras él le da largas diplomáticamente. Poco después noto que alguien me toca el pelo. Me vuelvo esperando encontrar a cualquier conocido que me haya localizado por mis rizos, pero resulta que es una guiri subida a hombros de un calvo. Sonrío y sigo bailando. Quizá fue un simple roce en pleno éxtasis danzante. Pero no, segundos más tarde me acaricia el pelo y el calvo me asegura que le gusta mi pelo. Que a ella le gusta mi pelo, quiero decir;el alopécico no llegó a manifestarme su opinión. La miro con nuevos ojos y, tal vez sea la descomunal curda que he estado trabajando, parece que la chica está bastante bien hecha. Medidas normales, dos ojos, dos agujeros en la nariz, la cantidad de apéndices y extremidades que caben esperar -ni menos ni, juraría, tampoco más-. El calvo vuelve a interceder y dice que le molo. She fancies you. Según el diccionario de Cambridge: “MAINLY UK INFORMAL to be sexually attracted to someone”, la frase no tiene muchas interpretaciones. Sólo dos: o la guiri me quiere truñir o el calvo me está vacilando. Tranquilo, será lo segundo. Sin embargo la chica desciende al nivel del suelo y acaba bailando a mi lado. Mis amigos han desaparecido del horizonte. ¿Es hora de meterle mano? ¿Aunque sólo sea un poquito? Hasta ahora ella ha llevado la iniciativa... cualquier persona sensata acabaría la frase con “...así que ya es hora de que dé yo un paso al frente”; en cambio, mi razonamiento dice “... y la cosa tiene buena pinta, así que puede seguir llevándola ella”. Inmerso en estas cuestiones filosóficas, Scissor Sisters se ponen a asesinar el Comfortably Numb de Pink Floyd y, cegado por la alegría, me voy a abrazar a Juani en una rápida escaramuza y vuelvo a mi posición. Me reconcilio con la canción. También me doy cuenta de que estoy demasiado cocido para mantener una conversación con un mínimo de coherencia. No digamos ya en inglés.
Acaba el concierto y voy a ver qué hacen las amistades. ¿Nos vamos? La gente comienza a retirarse, de modo que intento volver con mi inglesa a aclarar definitivamente el asunto. Sin embargo, otro síntoma del lamentable estado etílico agudizado por las altas horas de la noche: soy incapaz de distinguir un elefante a dos metros; no digamos ya una sílfide como la que yo estoy buscando. Adiós a la traca final de fin de fiesta. Quién sabe, quizá sea esa morena que hay cerca de un calvo besando a un maromo descomunal; quizá dejé a la mujer destrozada, con dos palmos de narices cuando creía que ya me tenía en el bote. Desde luego, no era mi intención.
Viendo que por ese frente tengo poco futuro, vuelvo a encontrarme con quienes no me van a dejar tirado. Otra ración de pista de baile, hasta que ya no nos aguanta el cuerpo y nos vamos a dormirla al campamento. Casi las seis de la madrugada. Tropiezo con cada viento que se interpone en mi camino. En nuestra tienda Saleroso IV nos da la bienvenida relinchando.