29 marzo 2007

Déjà vu

Creo que ayer tuve un déjà vu viendo el telediario. Luego pensé que habría oído mal, que sería una alucinación fruto de la excesiva comida. Pero no, resulta que vuelven a la carga. Sí, sí, lo mismo que hace un año. Aunque esta vez parece que han conseguido convencer al Congreso de los Diputados para que inste a la RAE a eliminar las acepciones "ofensivas" de gallego.

Ya me imagino la contestación de tan noble institución:

Vamos a haceros el mismo caso que hacéis a nuestras sugerencias lingüísticas sobre redacción de leyes. [Acompañado de una pedorreta.]

Y las reacciones del académico Pérez-Reverte:

Si con Franco no cedimos, menos ahora con esta caterva de maricones que no ha visto la guerra de cerca en su puta vida. Gilipollas.

Si no fuera tan triste hasta sería gracioso.

Incongruente

La boca de metro de Ciudad Universitaria es lugar habitual para repartidores de periódicos gratuitos y propaganda de todo tipo. Tanto que él ya los ve desde lejos y se dice "¡cielos!, otro papelajo inútil" y añade una maldición para la empresa anunciante y reza por que le dejen en paz con su música. Se acerca haciéndose el despistado para salvarse de coger el papelito o rechazarlo negando con la cabeza mientras mantiene obstinadamente las manos en los bolsillos. Llegan los metros críticos. Mira al repartidor, desafiante; el repartidor le devuelve la mirada midiendo a su oponente. Es el momento cumbre, en el que su trayectoria pasa por el punto más cercano a los folletos, pero ninguna mano se extiende para ofrecerle la mercancía. ¡Ha triunfado! El hombre continua apesadumbrado, preguntándose porqué rayos le dan propaganda a todos menos a él.

15 marzo 2007

Wii!

Hace ya casi un mes que soy un afortunado poseedor de la última consola de Nintendo, la Wii. Es la primera no portátil -es decir, obviando gameboys, terreno en el que no tienen rival- de la compañía que compro, seguidor de Sega desde la infancia. Primero una Megadrive que me hizo pasar grandes ratos cuando apenas levantaba un palmo del suelo y que aún entrado el siglo XXI todavía desempolvo en los días que me entra la nostalgia. Años después conseguí una Dreamcast, joya tecnológica que, pese a su temprano abandono por la triste situación financiera de Sega, me ha tenido cientos de horas pegado a la pantalla con algunos de los mejores juegos que he probado. Sí, segrego jugos cada vez que recuerdo los Shenmue o Virtua Tennis o Soul Calibur o MSR o... Juegos bien hechos, originales y con un apartado gráfico que poco tiene que envidiar al resto de competidores de la generación. Sólo ahora, con la llegada de la alta definición se empieza a notar un verdadero salto cualitativo.

Después de aquello me refugié en los juegos de PC, aunque cada vez menos: el típico PES/FIFA para matar el rato, algún Age of Empires, alguna aventura gráfica de esas que aparecen cada tres años... Lo cierto es que los videojuegos empezaban a dejar de llamarme la atención. Quiero decir que se estaban convirtiendo en un pasatiempo, una forma de acelerar una tarde en la que no encontraba nada mejor que hacer, pero ya no una afición absorbente, ya no una atracción intelectual. Ya no la obra de arte que pueden llegar a ser. Algo así como el cine de palomitas frente a una de [inserte aquí el nombre de su director favorito]: seguramente te haga pasar un buen rato y salgas con una sonrisa de la sala, pero se acaba ahí la historia.

Hasta que oí hablar de la consola que preparaba Nintendo y su valiente apuesta. En vez de seguir la corriente de tropecientos procesadores en paralelo en busca del fotorrealismo, diseñaron una consola pequeña con las 480 líneas de toda la vida -para qué más, si nadie tiene una tele de alta definición- y, sobre todo, buscaron una nueva forma de jugar. ¿Realmente son necesarios doce botones para jugar de forma decente? Hace años los mandos tenían dos o tres botones y se hacían unos juegos divertidísimos, ¿no se estaría perdiendo la esencia del asunto? Así que se sacaron de la manga un control inalámbrico con capacidad para detectar el movimiento y básicamente dos botones accesibles. Sobre eso gira la consola.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí ilusionado con la llegada de una nueva consola, aunque todavía quería comprobar de primera mano qué tal resultaba todo eso en la práctica. Algunos días después del lanzamiento europeo conseguí pasar una tarde echando unas partiditas al Wii Sports y al Wii Play, dos juegos directos y sencillos pero que sirven perfectamente como toma de contacto con la plataforma, y desde luego para demostrar las posibilidades del novedoso mando. Decidí que quería una. Total, 250€ es un coste bastante asumible. Sin embargo, casi mejor dejarlo para después de los exámenes de febrero, no fuera a ser que se me cruzasen los cables y no consiguiera centrarme en el estudio.

Tras los exámenes empezó la pequeña odisea de conseguir la consola, gracias a la lamentable distribución de Nintendo -ellos aseguran que no les da para más, que venden todo lo que fabrican-. Me hice con ella una mañana de resaca en que decidí que de ese día no pasaba. De todas formas, a día de hoy, aunque ya es normal ver Wiis en las tiendas, la situación no acaba de asentarse: no he conseguido toadvía un mísero Wii Play, DVD de minijuegos acompañado de un mando.

Las buenas sensaciones de aquella tarde se han confirmado. Exprimí bastante el Wii Sports (aunque aún queda algo de jugo en su interior), principalmente dando raquetazos en el tenis, aunque los demás deportes también tienen su puntillo, sobre todo en multijugador. Y después me agencié un Zelda: Twilight Princess. Sabia decisión. Uno de esos grandes juegos que marcan época, con una implementación excelente del sistema de control: moverse, apuntar con el arco, repartir mandobles... todo se hace de forma natural y divertida, y encima la trama está bien estructurada para dar un montón de horas de entretenimiento. De hecho, creo que todavía no me he pasado ni una cuarta parte con unas quince horas de juego. Quizá cuando lo acabe le dedique un análisis, porque esta gozada de videojuego que me ha hecho volver a mis años de jugón empedernido se lo merece.

Ya sabéis: si alguno siente curiosidad por la Wii, estaré encantado de abrirle las puertas a este nuevo mundo.

10 marzo 2007

Otro test (no tan) inútil

Desde Petit Orsai (ramificación del imprescindible Orsai) llega otro test estúpido, aunque esta vez sí puede tener alguna utilidad: retratar nuestra estulticia, o al menos nuestra ignorancia geográfica, y compararla con compatriotas y otros habitantes del mundo.

El juego consiste en que nos dan el nombre de diez países y tenemos que colocarlos en el mapa. ¿Fácil, verdad?