Una de las cuestiones filosóficas planteadas en 1984 de George Orwell que más me llamó la atención cuando lo leí fue la relación entre lenguaje y pensamiento, cómo nuestro lenguaje determina la forma en que conocemos el mundo. Algo que no podemos nombrar no existe y, del mismo modo, podemos llegar a actuar como si algo existiera a base de repetir su nombre, sea Gran Hermano o $Deity.
A menudo he reflexionado sobre ello al encontrarme con un(a) joven que expresa todo con cuatro palabras: "es que eso es...[pausa para pensar] ¡buah!", "pensé... ¡puf!", o incluso "ese libro... ¡buf, mola mazo!" (uno esperaría que al menos alguien a quien le gusta leer libros con algo de vocabulario se vaya quedando). O que no diferencia el salmón de la merluza, todo es pescado del mismo modo que la fruta o la verdura son categorías con miembros prácticamente indistinguibles. ¿Qué conocimiento de sí mismo puede tener alguien incapaz de nombrar sus emociones? ¿Qué conocimiento del mundo puede tener alguien que no puede ni nombrar siquiera lo que se lleva a la boca? ¿Cómo va a desarrollar ideas complejas con semejante base? ¿Nos estamos yendo realmente al carajo?
En una situación parecida me he encontrado yo con el aprendizaje de idiomas. Con el inglés ya me defiendo como para seguir un pensamiento un poco elaborado como el de una novela de Hornby o Pratchett, y con un poco de paciencia puedo incluso explicar las cosas que se me pasan por la cabeza, no todas tan simples. Sin embargo, con el francés todavía me agobio cuando me encuentro inútil para expresar hasta los razonamientos más simples. Desde que descubrí el subjuntivo la cosa ha mejorado sensiblemente, pero todavía la falta de conectores y, sobre todo, de vocabulario hacen estragos.
Y mira que a base de estudiar y estudiar francés durante días he llegado casi a pensar en esa lengua. Pero, claro, todo ideas inmediatas, de la vida cotidiana, como "debería comer" o "cuando acabe esto voy a llamar a Segundo para tomarnos unas cervezas". Vamos, que sobrevivir puedo sobrevivir en Francia, aunque no sé si podré hacer algo tan esencial como comentar una película con un amigo. O saber cómo pedir merluza en lugar de salmón.
¿No lo había mencionado? En septiembre me voy, lo menos, año y medio a París. Quelle joie et quel... ¡uy!