Me he dado cuenta de que llevo un par de meses leyendo novelas que ya había leído, volviendo a los poemas que me han arañado, a los discos que han acompañado mi juventud pero que cada vez escuchaba menos. Tal vez se trata de encontrar puntos de referencia estables entre tanto cambio, en estos días lentos de mudanza vertiginosa en los que parece que se decide el futuro del resto de mi vida. La transición de la juventud hacia la adultez puede ser una continuación monótona o un punto de inflexión en función de un montón de variables a analizar. Cada decisión es rechazar una infinidad de posiblidades, y lo peor es que en la mayoría de los casos no sé ni cuáles son. Supongo que es lo habitual en la vida.
Al fin y al cabo, se trata de cuestiones tan clásicas como el quién soy y adónde voy. El problema es que Heisenberg nos explicó que cuanta mayor precisión busques en una de las medidas, menos obtienes en la otra. Puedo saber quién soy si me quedo quieto. Puedo adivinar mi rumbo dejando a un lado la ontología. Lo más lógico parecería atacarlas por orden cronológico: quién soy y quién quiero ser. Si tan solo fuera tan fácil saberlo...
Quizás sea hora de seguir el consejo gidiano: "Ne jamais profiter de l'élan acquis". No aprovechar el impulso, combatir la inercia, recomenzar en cada capítulo. En castizo: a tomar por culo todo.