Saber los nombres de las cosas no significa saber lo que son
(Richard Feynman)
Quizás por mi afición a la lengua y la escritura —o sea, por simple voluntarismo— tiendo a alinearme con quienes defienden la capacidad ordenadora y creadora del lenguaje sobre la realidad. Es una tradición que se me antoja muy británica desde que la descubrí aterrorizado de pequeño en George Orwell y ya más joven leí a Terry Pratchett llevarla a las más altas cotas de diversión (1). Luego, claro, es un tema de discusión filosófica muy vivo a lo largo del siglo XX, pero son libros con una trama mucho menos entretenida.
Recordemos brevemente que en 1984 el Partido crea un nuevo lenguaje (newspeak) basado en el empobrecimiento progresivo del inglés (oldspeak) para controlar el pensamiento y asegurarse la obediencia y lealtad de sus queridos ciudadanos. Al mismo tiempo, disparan a la línea de flotación de la lógica con eslóganes del tipo "war is peace" —el doublethink permite asumir sin empacho que una cosa y su contrario son ciertas— y reescriben continuamente la historia para mostrar que esto siempre ha sido así. Especialmente didáctico es el interrogatorio a Winston en el que le explican claramente que cierto es lo que dice el Partido (el famoso "2+2=5").
En el multiverso del Mundodisco, el pensamiento y la palabra tienen literalmente poder creador, con erótico descacharrante resultado. Los dioses existen porque sus fieles creen en ellos, una nueva criatura puede aparecer con que a alguien se le ocurra nombrarla y es necesario aprender de pequeño a creer las pequeñas mentiras para ser capaz de mayor de creerse las grandes: Justicia, Deber, Misericordia —¿Amor?—.
Del mismo modo, creo que nuestra realidad puede crearse y destruirse con palabras. No defiendo en ningún momento la idea de legislar el pensamiento de la gente desde las definiciones del diccionario, añadiendo o quitando acepciones. El idioma es una herramienta común, flexible, de consenso en continua transformación y no se puede dictar. Los lexicógrafos se limitan a estudiar el idioma, no a inventárselo, como un botánico clasifica y describe las plantas que encuentra (en el caso de la RAE, probablemente las observa pinchadas con un alfiler a la luz de una vela y anota los resultados en un pergamino). Quienes creen que una asociación de ideas desaparece exigiendo a la autoridad de turno que borre la acepción recogida —el propio verbo "recoger" lo indica— pretenden proteger la cosecha de un bicho quitándolo de la taxonomía. Es el problema con los eufemismos, que un subsahariano levanta las mismas reticencias que un negro, y un lisiado difícilmente echará a correr llamándole minusválido.
Sin embargo, igual que la realidad moldea nuestra lengua, pues nombramos aquello que existe, también moldeamos la realidad al hablar, pues, como decía Machado, aquello que no nombramos no se ve. Terry Pratchett tiene claro que lo contrario también ocurre: otorgamos la existencia con el verbo, y basta como prueba toda la retahíla de dioses desde los tiempos más remotos. Lo que no deja de ser una bonita inversión de la creación cristiana en la que el verbo-dios crea todo: es el verbo del hombre quien crea un ser todopoderoso.
Intuyo así que el hombre genera ideas y cosas desde el lenguaje en un proceso complejo que no entiendo muy bien. A pesar de ello, creo que este proceso puede ser intervenido, no desde las alturas de un dictador, sino a través de una labor de zapa que excave por los intersticios entre la realidad y el lenguaje para dar luz a algo nuevo o modificar lo que tenemos.
Todo este rollo viene porque sospecho que la actual crisis, más allá de su dimensión económica, es en realidad ideológica. Es decir, de lenguaje. No padecemos un bache, sino que la crisis es la culminación de un largo camino en el que la batalla del discurso ha sido ganada hace tiempo por el capitalismo despiadado del neoliberalismo. El discurso en la política y demás poderes es único, amplificado alegremente por los medios, ese cuarto poder que en algún momento creímos que trabajaría para la ciudadanía. Hay que hacer lo que hay que hacer, repite sin atragantarse lo más mínimo en la tautología el gobierno de turno, como si la política no fuera replantearse el mundo que queremos y al menos elegir entre una gama de opciones.
El discurso triunfa porque está planteado en unos términos a los que resulta muy complicado oponerse. Sobre ello, entre otra cosas, reflexionaba Emmánuel Lizcano en Metáforas que nos piensan. La crisis es en primer lugar un fenómeno natural al que es imposible oponerse, como un terremoto; luego es una epidemia que se contagia y precisa de inyecciones de dinero. ¿Con qué cara negarle el rescate de un país a la deriva? O, saliéndonos de la crisis, ¿cómo estar en contra del desarrollo o el progreso económico? O, cambiando de registro, ¿cómo estar a favor de la piratería?
La falta de alternativas se siente cuando la más alejada oposición se atreve a hablar de "desarrollo sostenible" frente al modelo actual. Si podemos usar la misma palabra añadiéndole un adjetivo, tan en contra del sistema mismo no estaremos. Si no tenemos un problema de crecimiento, sino con el crecimiento mismo, tendremos que buscar otro término para otra realidad.
Habrá quien opine que no hace falta cambiar de palabras, que lo que hay que cambiar es su significado, que progreso, por ejemplo, no significa más que avanzar en una dirección y que basta con modificar la brújula para que el progreso cambie de rumbo. Yo creo que en una batalla de fuerzas tan desiguales, el enfrentamiento directo tiene pocas opciones de éxito. Como Lawrence de Arabia, se trata de buscar un cambio de perspectiva que haga de la plaza defendida un lugar inútil.
Cuando el 15-M —sea lo que sea eso— asegura no ser ni de izquierdas ni de derechas no es por falta de ideas, sino por considerar que ambos son discursos superados y fracasados (al menos para nosotros, para algunos ha sido un éxito incontestable). Lo que no quiere decir que no haya propuestas válidas en la izquierda o la derecha, sólo que como bloque no hay quien se lo trague. En este aspecto ha sido muy inteligente el 15-M en su esfuerzo por huir de las etiquetas, del enfrentamiento (que no del conflicto), para mostrar un espacio común en el que crear a partir de lo que nos une, en vez de debatir, como siempre, de lo que nos separa. Si la plaza está tomada por la policía, en lugar de enfrentarse a ellos para entrar, se cambia de lugar. Será por plazas. En definitiva, no es que no queramos aceptar las reglas del juego, es que no aceptamos directamente que la partida sea al juego que nos proponen (2).
Es lo que he echado en falta, poniéndome exquisito, en las protestas de Valencia encabezadas por el IES LLuís Vives de los últimos días, la frase integradora que recuerda a la policía que es pueblo y los manifestantes sus aliados, no sus enemigos, como tristemente cree el jefe de policía. Menos trinchera y más pasos a un lado en vez de al frente.
Es difícil salirse de lo ya pensado y transitar nuevos caminos. Como escribió Tony Judt, la mejor manera de medir el grado de esclavitud en el que una ideología mantiene a un pueblo es la incapacidad colectiva para imaginar alternativas. Nos cuesta horrores imaginar una sociedad distinta, pero no renunciemos a ella. Aunque costará, hay que hacer caso a Ángel González:
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
Ya se ven algunos pasos en esta búsqueda. Destaca por ejemplo la recuperación del concepto de isegoría(3) como el derecho a intervenir en el discurso público en igualdad, frente a la mera igualdad de los votos (leyes electorales a medida a un lado). Encontramos asímismo la recuperación de procomún(4), aquello que pertence a todos sin ser público, es decir, del Estado.
Exploremos la realidad para recoger palabras nuevas con las que construir la nueva historia.
Notas:
1. Alguno pensará que es un orden de lectura un poco extraño. En efecto, a menudo errático, he leído libros de adultos en la niñez y libros infantiles en mi etapa adulta, pero es otro tema.
2. Perdonen que esté tan pesado con los enlaces a Fuera de lugar, pero es que Amador Fernández-Savater es una de las personas que mejor está pensando el 15-M. Pagaría por verle discutir con su padre, que en cambio parece comprender poco. Quien tenga tiempo puede pasarse por su entrevista para 15M.cc.
3. A manejar con cuidado. Antonio Elorza parece sugerir hacia el final que los intereses políticos y económicos censuran e impregnan toda la comunicación, salvo El País, resistente ahora y siempre al invasor.
4. Hacia el final se le va un poco con el rollo de utilizar el aire para enviar ondas cancerígenas con rendimiento económico, pero parece que no es fácil ser filósofo y mantener el rigor científico.