12 enero 2013

Apechugar

Admitámoslo: hoy en día, pretender pasar por una persona decente y declararse del Madrid no es fácil, especialmente por estos mundos de dioses ignotos. En seguida se ve uno en la necesidad de justificarse y empieza a dar más explicaciones de las que parecerían en un principio necesarias. Que si Mourinho esto, que si el juego del Barça aquello, que si la Masía aquesto otro. Y es que, claro, elegir un equipo completamente externo a tu vida es muy fácil, sobre todo en estos tiempos: basta escoger el que mejor juega y el que más gana. Es decir, el Barcelona.

Sin embargo, el equipo de verdad no se elige por criterios racionales —y tan superficiales— una vez alcanzada la mayoría de edad. Normalmente se mama desde la cuna y uno es del mismo equipo que su padre o su madre, difícilmente de ambos si no coinciden. A partir de ahí, toca apechugar, disfrutar de sus victorias, acompañarlo en las derrotas, ir al campo a animar si se tercia, vacilar a los amigos culés o colchoneros durante los partidos y sufrir con deportividad sus chuflas cuando te superan. En cualquier caso, no sería aceptable cambiar de equipo cuando el Rayo baja a Segunda y volverte el mayor fanático cuando hace una campaña decente. Nadie dudaría en calificar a semejante monstruo amoral de chaquetero. Hay que estar a las duras y a las maduras.

La situación del madridista es especialmente delicada. Revelar el corazón blanco parece equivaler a confesarse un derechón, un capitalista entusiasta, un admirador de Florentino Pérez, Mourinho, Cristiano Ronaldo y el resultadismo. Un equipo que en tiempos de la II República cambió la corona real por una franja morada y mantuvo el color en su segunda equipación —quién sabe si por olvido— hasta hace nada. Un equipo que siempre había presumido de deportividad, ahora se ve en manos de esta caterva de impresentables, no tan distintos de los que pueblan numerosos clubes en España y en el extranjero, y de pronto ser del Madrid es como comer niños.

No señor. Somos muchos los que padecemos este comportamiento desde hace tiempo. Yo me consuelo pensando que mi equipo no es el del entrenador, sino el de tipos nobles como Iker Casillas, Xabi Alonso o —incluso, dentro de sus capacidades— Sergio Ramos. En las últimas semanas hemos podido ver que esta postura no es tan limitada en la grada como se podía pensar. El público ha sabido perdonar el mal juego, los malos resultados, pero no que toquen a una institución deportiva y moral como Casillas.

Sin embargo, ¿qué puedo yo hacer? No voy a renunciar a mi equipo y dejarlo en sus manos. Quiero pensar que uno puede ser un seguidor crítico, alguien que sufre, no por las derrotas, sino por la actitud de su club y que muestra su disconformidad dentro de sus posibilidades. Ya vendrán tiempos mejores, espero con cada vez menos esperanza.

Pues con España me pasa un poco lo mismo. No la elegí, no me gusta su estado actual ni la actitud de sus dirigentes, me siento impotente para cambiarla, pero no pienso aceptar que España es así y abandonarla en manos de esta gentuza que nos hacen sentir rabia y vergüenza. Hay que conjugar amor incondicional y crítica, recordarse que los políticos de turno sólo son pasajeros y que el verdadero valor está en sus gentes. Y esperar tiempos mejores para poder volver a decir con orgullo que uno es madridista.

(Nota sobre la coherencia: me fui del país hace más de tres años y cada día veo más partidos del Madrid.)