23 abril 2007

Ellas y yo

No las buscaba, no corría detrás de ellas, no las invitaba en los bares ni las perseguía de semáforo en semáforo. Siempre me habían parecido una especie de don, un bien extraordinario que flotaba muy por encima de mi cabeza y de vez en cuando se derramaba sobre mí sin que yo hubiera hecho nada para merecerlo. Jamás he creído merecer la predilección que algunas de ellas han mostrado por mí, aunque sólo sea porque siempre me ha parecido también que, aparte de hermosas, divertidas, suaves, dulces y excitantes, las mujeres son muy raras. Nunca he perdido el tiempo en desentrañar el misterioso mecanismo de sus razonamientos, ni he dudado jamás de que son ellas las que eligen, así que me he limitado a verlas venir, sin lamentarme por las que no están a mi alcance ni considerar que su diposición es un valor en sí mismo, aceptando su existencia como un regalo, con gratitud y sin hacer preguntas.

Almudena Grandes, El corazón helado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mí me pasa algo parecido: les suelto los viente euros y me las piro sin preguntarme qué intrincados mecanismos las harán ser como son ni por qué se lavan tanto después de dormir conmigo. Eso cuando estoy en la calle, claro, que no es el caso; aquí prefiero pensar en otras cosas...