Hace unos años, cuando ya tenía un libro entre mis manos –un antiguo libro de tapas duras- cuando ya había llegado al nudo, a la parte interesante, tuve que dejarlo temporalmente para centrar mi atención en un encargo del colegio, una novela moderna que nos había mandado leer la profesora de lengua.
En el momento en que volví al primero, al libro antiguo de tapas duras encuadernado en cuero, éste me reprendió con acritud:
- Mira, ya me parece mal que te pases el día mirando con deseo cada clásico que se te cruza, que ojees los libros de otros, y soporto que coquetees continuamente con periódicos y revistas, pero que en mitad de nuestra relación te vayas con otra novela es algo inadmisible.
- No es lo que parece. No es lo que estás pensando.
- Claro, y yo soy tonta. ¡Que no fui impresa ayer!
- Es evidente que he estado con otro libro, pero entiéndelo, yo no quería, me obligaron. Yo estoy mucho más a gusto contigo que estás hecha al hombre, a sus gustos y a sus manías. La otra novela, en cambio, acababa de salir de la librería...
- Así que –cortó el libro antiguo de tapas duras encuadernado en cuero con el título en letras doradas- encima te vas con una más joven que yo.
- No. Bueno, sí. No exactamente. ¿Qué importa la época? Aunque si te consuela, tú eres mejor, disfruto mucho más con tu lectura.
- No, no me consuela. Y no soporto que me hayas sido infiel. Creo que lo mejor será dejarlo por un tiempo.
Era una novela de carácter, desde luego. Sin embargo, yo no estaba dispuesto a prorrogar nuestra relación por más tiempo, así que aquella misma tarde terminé con ella.
Durante la semana siguiente estuve demasiado atareado con los estudios como para leer. Al final cayó en mis manos un libro que había leído no hacía tanto, algo pedante, pero que me había gustado mucho:
- Últimamente te veo un tanto alicaído. Si quieres te puedo presentar una novela, vieja amiga mía, compañera de estante en la librería. Es muy simpática e hilarante. Creo que te subirá el ánimo.
Al día siguiente me encontraba con una edición reciente de una disparatada comedia de Mendoza. El libro estaba a estrenar, inmaculado y, claro, como todos los libros nuevos, se encontraba demasiado rígido y le costaba mantenerse abierto por la página. Es más fácil manejar libros que ya se han leído unas cuantas veces. La ventaja de los libros de biblioteca: están algo manoseados y precisamente eso facilita las cosas. Por no mencionar lo maravilloso de poder elegir entre un extenso catálogo sin compromisos, no como cuando compras un libro y te sientes obligado a leerlo entero aunque no te esté gustando.
- Tengo que confesarte que es mi primera vez- dijo una vocecita aguda.
- ¿Qué?- pregunté algo desconcertado.
- Que nunca antes había sido leída. Siquiera hojeada, como casi todas mis compañeras.
- Oh, no te preocupes, no es la primera vez que estoy en una situación parecida. Intenta relajarte, que todo irá bien.
- No sé si estaré a la altura.
- Por ahora vas muy bien: tienes un planteamiento original, algo surrealista, y me estoy divirtiendo mucho. Pero intenta dejar de temblar, que me cuesta leer así.
No deja de tener cierto punto saber que nadie ha tocado ese libro antes.
En ocasiones recaigo en novelas que ya he leído. Un encuentro casual, salta el recuerdo de los buenos tiempos compartidos, y me empiezo a preguntar si será como aquella vez, si sentiré lo mismo que hace cinco años, si realmente sería una experiencia tan maravillosa o ahora, más curtido, con más mundo, más vivencias, se convertiría en una lectura del montón. Alguna vez ha pasado. Con otras, en cambio, la comprobación ha supuesto una mejora: los detalles buenos que recordaba seguían allí y además descubrí algunos nuevos, incluso mejores, por los que anteriormente había pasado sin fijarme o sin ser capaz de verlos.
En cualquier caso, no sé cómo lo hago, pero no me duran nada los libros. Aunque puedo pasar algunos días sin literatura, en seguida me gana el mono y acabo leyendo lo primero que encuentro en la estantería. Un par de tardes, alguna noche si la cosa se pone muy interesante, y adiós. Durante el curso todavía aguanto algunas semanas, incluso meses, con el mismo; supongo que porque apenas nos vemos. Pero es que durante las vacaciones, en especial en el verano, se convierte en un desfile de títulos, sin apenas descompresión entre uno y otro. Todo el día en la playa tirados, sin más compañía que el sol y el murmullo del mar, sin más pertrechos que una toalla y un bote de protector solar, ensayando nuevas posturas con las que evitar que se duerman las extremidades, tan solo interrumpido por algún chapuzón cuando me acaloro demasiado. En esas condiciones extremas puedo llegar a leer cuatro o cinco novelas a la semana.
Ahora mismo, sin embargo, sin saber muy bien cómo ni por qué, me hayo en un laberinto de lecturas cruzadas del que no sé si seré capaz de salir con buen pie: a principios de curso comencé Octubre, octubre, tras cuatro capítulos empecé El jarama, pero ese mismo día fui a la Fnac y me compré A Long Way Down y The Picture of Dorian Gray. El primero sucumbió de inmediato, el segundo fue abandonado con sólo unas pocas páginas leídas al reencontrarme con High Fidelity en la estantería de un amigo. Para rematar la faena, por mi santo me regalaron Un día de cólera, con el que estuve dos noches, y Tu rostro mañana 3. Verano y sombra y adiós, que no he llegado a abrir, pues la semana pasada tuve un flechazo con una edición de bolsillo de In the Country of Last Things. Cuando acabe con Paul Auster, ¿cuál debería retomar?
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