12 marzo 2009

El router de los huevos

Les aseguro que no es dejadez, ni que me haya olvidado de mis buenos propósitos de enmienda: si no escribo es porque los medios técnicos están poniéndose realmente en contra.

Para empezar, hace un par de semanas el router de Telefónica volvió a cascar, con síntomas y consecuencias similares a las de hace un año. Como en mi casa tenemos los huevos así de grandes, se produjo una lucha -silenciosa- para ver quién llamaba en esta ocasión al Servico de Atención de la Madre que los Parió. El pulso duró una semana, durante la que pasivamente me negué a ser otra vez yo quien tuviera que ocuparse de la línea de ADSL. Entiendo que por estudiar cosas del ramo yo me encargue de configurar la red inalámbrica, pero tener que ser siempre yo quien llame al servicio técnico me parece de traca. En este caso, el aparato se negó a encenderse un jueves por la mañana; yo pasé por casa hacia las siete de la tarde -después de estar todo el día trabajando- y me lo contaron como si fuera a tener una receta mágica, les dije que llamaran a ver si les convencían para que un técnico trajera uno nuevo y un rato después me fui a tomar unas merecidas cañas con los compañeros del curro. A la mañana siguiente, me levanté y (algo resacoso) me fui a trabajar. Cuando volví, hacia las cuatro de la tarde, unas treinta horas después de la avería, todavía ninguno había sido capaz de tomar las riendas del asunto. Comí, dormí una generosa siesta y de nuevo salí, esta vez a un concierto de Krahe. El sábado transcurrió de forma similar: me levanté tarde, vagueé y por la noche fui al cumpleaños de unos amigos (sí, fue un fin de semana bastante intenso). Para cuando volví a amanecer el domingo, nadie había movido un dedo aún.

Y no es que los demás tampoco hubieran parado por casa o que no tengan necesidad de acceder a Internet: mi madre ha superado sus fobias tecnológicas e intercambia emilios con amigos y colegas habitualmente, mi hermana sin Messenger y sin poder bajarse series se aburre como una ostra en su habitación, mi hermano busca constantemente información y recursos para sus proyectos. Si acaso alguien no lo necesita es mi padre, aunque es por tener acceso desde el trabajo (como yo, por otra parte). Además, sin router no hay Wi-Fi, con lo que imprimir se convierte en una odisea en la que hay que 1)copiar el archivo a imprimir en un pendrive, 2)enchufar el pendrive en el PC al que está conectada la impresora, y 3)abrir el archivo y darle a imprimir. Brujería sólo al alcance de los más avanzados chamanes de la informática.

Así llegó el lunes. En la cena mi padre dió un ultimátum: o llamábamos o llamaba él, pero para dar de baja la línea. La amenaza tuvo cierto efecto y al día siguiente mi hermana estuvo dando la tabarra a mi madre para que ella llamara. Sí, al final lo consiguió. La solución que le dieron, por supuesto, fue la misma que la última vez: enviar el router a Jaén a por aceite. Sugerí que intentaran hacerse los inocentes, decir que el router sí encendía y que mandasen a un técnico a ver si se apiadaba y nos cambiaba el cacharro, pero no me hicieron mucho caso, de modo que, puesto que yo no pensaba tomar cartas en el asunto, ya sólo quedaba meter el aparato en una caja y desearle buene viaje. Por supuesto, mi hermana y mi madre consideraban que ya habían hecho suficiente -seguramente, que más de lo que les correspondía- así que tan complicada tarea iba a tener que hacerla otro. Mi padre y yo estábamos en huelga de brazos caídos, por lo que todo apuntaba hacia mi hermano.

Los días siguieron pasando. El jueves, una semana después de que la historia comenzara, decidí ceder un poco y coloqué el router en una caja acolchada sobre la cómoda de la entrada, a ver si alguien se daba por aludido. Mi padre, probablemente conmovido por el gesto, contribuyó imprimiendo una hoja con los datos de cliente que hay que enviar junto al aparato. Una semana después, ahí siguen el router, la caja y la hoja.

El sábado, eso sí, mi hermano decidió que iba a comprar un router nuevo, por lo que me arrastró al MediaMarkt más cercano para asesorar en la compra. Aunque con un presupuesto tan limitado que sólo nos alcanzó para un Belkin que ha resultado tan cutre como parecía, por lo que estamos sopesando devolverlo -nunca jamás descambiarlo-y llegar hasta un Linksys (división de Cisco, el mayor proveedor de equipos de red del mundo), que seguramente funcione mejor, amén de tener un diseño mucho más atómico.

Si tengo tiempo, mañana les sigo contando mis cuitas. Ahora, me voy a ver a Patricia Conde en ese triste remedo de SNL.

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