Asombra lo que llegan a hacer pasar por música, y la de gente que lo compra... en una manta en mitad de la calle buena parte, pero paga por ello al fin y al cabo. Tendría que ser al contrario: nos deberían pagar y pedirnos perdón por lanzarnos su basura a la cara, por más que en ocasiones sea claramente reciclada. Pero no. Sonreímos y pedimos más. Lo malo de este asunto es la cantidad de grupos jóvenes, con energías, ideas nuevas, luchando por conseguir una décima parte de la atención que tienen esos artistas (y artistos) de lata. De lata caducada. Y, curiosamente, no son estos grupos enterrados en la mierda los que se quejan; no, ellos tocan. Y los que aparecen en los telediarios lamentándose ante el Gobierno de lo mal que está la música son los amos del vertedero, respaldados por grupos de mafiosos que se forran a su salud, o, según dicen, gestionando sus derechos.
En mi opinión, el modelo actual de las discográficas está destinado a desaparecer. Ahora asistimos a los últimos coletazos (algunos bastante rabiosos, véase el rootkit de Sony) de una serie de empresas millonarias que ven que les estropean el chiringuito. El modelo de negocio en que se basan, hacer llegar al público las creaciones de los artistas, se queda obsoleto. Con los medios de hoy en día, no son necesarios los compactos. Es decir, el intermediario. No hay más que ver el éxito de iTunes (aunque, a su manera, sigue siendo un intermediario más moderno). Y, en lugar de renovarse, se empeñan en la inmovilidad. Renovarse o morir: ellas optan por lo segundo. De paso, demonizando a los clientes, los que hacen posible que eso sea un negocio.
No voy a hacer ahora un análisis profundo de la piratería, eso lo dejo para otro día que esté más inspirado. Pero sí querría apuntar la diferencia entre el compartir sin ánimo de lucro entre usuarios, que de una forma u otra siempre ha existido, y la deleznable creación de una industria paralela de mantas que obtiene beneficios de forma completamente ilegal.
Más sobre el tema en próximas entregas.
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