18 febrero 2006

Snob

En este submundo de autistas somnolientos en el que me muevo cada mañana hay gente de todo tipo: escolares que acuden al colegio solos o acompañados por sus padres, ancianos que dan vueltas para pasar el rato, ejecutivos presurosos y albañiles, mendigos y músicos y demás gente que se gana la vida en la calle, jóvenes que regresan a casa tras una noche de juerga o van a la universidad... Pero todos tienen algo en común: necesitan alguna ocupación con la que distraer el tedio del oscuro paisaje.
Un número significativo opta por leer, lo cual no carece de mérito, dadas las estrecheces y el traqueteo. Incluso hay quien lo hace de pie. Será esa luz suave, la temperatura agradable, el dulce aroma que se respira, el sosegante murmullo de fondo. Diría que no hay que ser tan alarmistas con lo poco que leen los españoles, si se lanzan a la lectura en condiciones tan incómodas como lo parece en el metro.
Ahora detengámonos un poco más. Cuesta considerar lectores serios a aquellos que hojean la prensa gratuita entre bostezos, sin apenas abrir los ojos. Podemos disculpar a un par que leen periódicos "de verdad", por más que uno de ellos ande inmerso en La Razón. Quizá esté experimentando con nuevas drogas. Quitemos también a todos los que tienen a Dan Brown entre las manos. Y a Jorge Bucay y los libros de autoayuda. Tampoco cabe tomar, en rigor, a los estudiantes que van haciendo un repaso apresurado de sus apuntes, o que fingen entender el ladrillo que reposa en su regazo.
¿Con qué nos hemos quedado? Ah, sí, allá al fondo hay una chica muy guapa enfrascada con Neruda, o Unamuno, o Cortázar, o vaya usted a saber qué genio. Un vagón lleno de personas y sólo una entregada a la literatura. Tal vez sí que debamos llevarnos las manos a la cabeza por el estado de la cultura en este nuestro país.
Mas aguardad. Entre quienes no leen se puede distinguir un buen número con cables trepando por el tronco hasta introducirse en sus orejas. ¡Oh, claro! Estos individuos no encuentran tranquilidad suficiente en tan hostil ambiente como para concentrarse en un papel impreso y prefieren regalarse los oídos, deleitarse en la escucha de alguna composición musical. Sí, debe ser eso. Mira cómo entrecierran los ojos en un gesto de placer para aislarse completamente en su disfrute, cómo balancean de forma inconsciente la cabeza o golpean rítmicamente con el pie. Fijémonos en aquel greñudo vestido completamente de negro; podemos imaginar sin mucho esfuerzo que escucha algún tipo de música metal, con adjetivos antepuestos tan sugerentes como dark o death. Peor es lo de un adolescente con un chándal con la bandera de España; no hace falta suponer nada: podemos escuchar perfectamente desde el otro extremo del vagón el chunda-chunda que emiten sus cascos. Incluso quizá el suelo vibre algo más de lo habitual debido a sus graves. Aunque también puede ser debido a una rapera situada algo más cerca. Los viajeros que les acompañamos agradecemos a todos ellos mediante muecas y miradas su afán por compartir la Cultura. Hay otra chica sentada con auriculares a un volumen normal, es decir, inaudible para el resto, cosa que su anciana vecina no aprecia. En cualquier caso, mejor así, ya que si no podríamos oír la imponente voz del último cantante salido de la tele, o un remix con los éxitos del verano (si es que hay diferencia). Tampoco es necesario que vayan escuchando a Mozart, ni yo lo haría, pero asombra lo que llegan a hacer pasar por música, y la de gente que lo compra... en una manta en mitad de la calle, la mayoría, pero paga por ello al fin y al cabo.
Pero estábamos en el metro, y el vagón sigue repleto de gente. ¿Qué hacen quienes no leen ni escuchan música? Aparte de alguno echando un cabezadita, hay varias personas inmersas en distintas conversaciones. Sí, el suburbano es un lugar como ningún otro para encontrar a toda aquella gente que nunca ves en la superfice. Y como además no hay escapatoria posible, suele dar pie a esos maravillosos diálogos por compromiso, en los que ninguno de los conocidos tiene verdadero interés por el contenido y sólo intentan guardar las formas: Vaya, cuánto tiempo sin vernos. ¿Qué tal todo? ¿Cómo te va en el trabajo/los estudios? Etc. También están los compañeros habituales de trayecto, o los ocasionales, con todo tipo de temas para hablar, desde lo más banal a los más intrincados temas de filosfía. Aunque suele abundar más lo primero. En fin. Las conversaciones en el transporte público darían para unos cuantos artículos exclusivos y esto es sólo un breve repaso.
Por supuesto, están los que simplemente miran. Miran al infinito, a la oscuridad exterior, a todos los anteriormente mencionados intentando que sus ojos no se encuentren; hay que mirar entonces para otro lado, disimular.
También hay quien mira a los que miran.

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