A media tarde llamé a Juani y le dije, poco más o menos, que me llevara "where there's music and there's people who are young and alive (...) because I want to see people and I want to see lights (...) take me anywhere, I don't care", que se me acaba esta breve etapa de estar solo en casa. El hombre cumplió y nos arrastramos por diversos tugurios cuya existencia desconocía -y hacía bien-, con los resultados habituales de embriaguez y retorno a casa con las manos vacías -siempre queda la posibilidad de ocuparlas uno mismo-.
De vuelta a casa he recogido el periódico y he realizado una primera lectura mientras en la tele alternaba entre una película de Lucky Luke y un capítulo de Oliver y Benji y desayunaba por segunda vez. El estómago rugía.
Me he despertado como si llevara una semana andando por el desierto con una cantimplora. Entregado a la reposición de líquidos he puesto la fórmula 1. Llovía. He preparado un tercer desayuno que tampoco ha conseguido asentarme las tripas. Me la he meneado viendo la maravillosa remontada de Alonso, pero cuando ya lo tenía a punto, a Raikkonen se le ha cruzado un cable y ha dejado de llover, sin que ambos hechos tengan conexión aparente. Al menos De la Rosa segundo. Intento hacer algo tranquilo, pero en la cabeza tengo un circo de tres pistas con un funámbulo domando leones. Así que he acabado con más tele: la selección dándole cera a Argentina. Baloncesto, claro, no fútbol. Luego me he duchado a ver si mejoraba algo; tampoco ha surtido gran efecto: el cuerpo necesitará otra noche de reposo para recuperarse.
Juro solemnemente que voy a dejar el DYC por otros whiskies más decentes.
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