06 mayo 2006

París (II)

Amanece en París. Un hotel de cuatro estrellas que en España no pasaría de pensión. En la callecita en la que está situado, a pesar de ser sábado, comienza a haber actividad: abre la panadería, la carnicería, la pescadería, el frutero expone la mercancía en la acera. Resulta que esto no es algo extraño: en la capital francesa se conserva el comercio de barrio. Incluso hay librerías, una cantidad de librerías especializadas en cualquier tema que resulta inimaginable en Madrid, donde pocas tiendas resisten a la proliferación de centros comerciales y franquicias. Una ciudad que ha sabido hacerse moderna sin renunciar al pasado y la tradición: añade, no sustituye.
Para conocer una ciudad, nada mejor que caminar por ella. Si no, uno acaba con recuerdos aislados que no tiene del todo claro cómo unir. Por eso bajamos desde el hotel caminando hacia el Sena por la calle Richelieu. De camino, un monumento a Molière. Y un poco más alante, pasada la Biblioteca Nacional (aquí parece que cada edificio guarda un pedazo de Historia), el Palais Royal, con sus agradables jardines. Nos asomamos al Louvre ya que estamos allí, pero no vamos a desperdiciar una soleada mañana parisina en un museo.
Pirámide Louvre
Salimos a la orilla del Sena y nos dirigimos hacia la Île de la Cité, pasando por el famoso Pont des Arcs. Cruzando el puente más antiguo de París, de ahí que le llamen Pont Neuf, se llega a la citada isla, donde se encuentra la Saint Chapelle, bonita por fuera y muy decorada por dentro. No dudo que todas esas vidrieras y policromías sean buenas obras de arte, y en la Edad Media debían producir una sensación sobrecogedora; pero, hoy en día, a mí me resulta más bien tirando a hortera, todo muy excesivo. Soy de gustos más simples.
Frente al Palais de Justice se abre el atrio de Notre-Dame, una de las catedrales más importantes del mundo y paradigma del gótico. Una suerte que en Francia no les diera la manía de plantar el coro en medio de las catedrales; así se puede disfrutar de toda la perspectiva como fue concebida. Se puede subir a las torres por un módico precio y tras una ligera cola de una hora a la sombra. Nos turnamos para poder dar una vuelta alrededor de la catedral mientras tanto. La espera merece la pena: eternas escaleras de caracol, la habitación donde la Esmeralda de Víctor Hugo se refugiaba, gárgolas al alcance de la mano y unas preciosas vistas de París. Lo que da pie a una foto que, sin ser muy original, me gusta:
París desde Notre Dame
Detrás está la Isla de Saint Louis, más tranquila, más cercana a la realidad. Aquí se encuentra Quai D'Orléans, calle en la que viví un año y me trae numerosos buenos recuerdos. (Vaaale, no viví allí de verdad, formaba parte de la clase de francés tomar residencia ficticia en París.) Son las dos de la tarde, así que hacemos una incursión en una boulangerie para aprovisionarnos.
Con fuerzas renovadas proseguimos la marcha. Dirección: Arco del Triunfo. Por el camino, puestos de libros de seguna mano junto al río; el Hôtel de Ville, la iglesia Saint-Germain l'Auxerrois, de nuevo el Louvre con su pirámide, el Jardin des Tuileries, la Place de la Concorde con el obelisco que consiguieron llevarse de Luxor (el otro casi se lo cargan en el intento y lo tuvieron que dejar allí torcido), eso sí, muy bien explicadito el proceso de saqueo, y, por fin, los descomunales Champs-Elysées. Obligado acercarse al número 30, donde se alojó el conde de Montecristo durante su estancia en París. A mitad de avenida, paramos en un café a beber algo y tomar resuello. Todo a un precio risible (por no llorar).
Al fondo, finalmente el Arco del Triunfo, con todas las victorias del ejército napoleónico. De derrotas, como en el caso de Nelson, no hay noticia.
Para acabar la tarde, una visita a la Torre Eiffel. Una cola de tres pares de narices para subir, ya sea en ascensor o andando. Menos mal que me he traído el MP3 y el amigo Wilco me acompaña mientras me entretengo haciendo cienes y cienes de fotos de la estructura que no subiré para no torturaros (más).
Torre Eiffel desde abajo
Encima, una vez consigues llegar a la taquilla (apenas hora y pico; aún quedaba Kicking Television para rato) te dicen que no puedes sacar billete para el último piso, que eso, a pesar de lo que dicen las pantallas luminosas, se compra en (otra cola en) el segundo piso.
En fin. Desde arriba hay una vista vasta y espectacular (y hace un fresco destacable). Me pongo a hacer pruebas con la panorámica de la cámara y aquí tenéis los resultados. Como se puede comprobar, no lo domino mucho, y el posterior pegado en Photoshop tampoco. La segunda tirada está algo más trampeada, pero también queda más decente. Estaría bien ponerlas algo más grandes, pero Flickr y Blogger se niegan. De modo que, si os interesan (me imagino que esto traerá un avalancha inmanejable de peticiones), no tenéis más que pedírmelas.
Bajamos de las alturas cuando ya anochecía y, por primera vez, nos permitimos tomar el metro. En conjunto, calculo en Google Maps que el recorrido fue de unos 20 km., lo que no incluye las agotadoras horas de espera en pie. Qué dura es la vida del turista.
Cerca del hotel habíamos visto por la mañana un apetecible restaurante en el que servían fondues. Nos zampamos una de carne con una enorme fuente de patatas fritas -lástima que no le hiciera una foto. La cena es tan tranquila y se está tan a gusto en este sitio que nos cuesta llegar despiertos a los postres.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Unicamente felicitaciones. Me lo estoy pasando muy bien siguiendo tus entregas, como en los articulos de Javier Reverte. Una pega: Parece que construyes las narraciones a partir de quejas, situaciones en las que te has sentido crispado. No se si es inconformismo, o tu furmula literaria. Humoristicamente es recurrente pero das la impresion (algunas veces) de ser un viejo quisquilloso.

Timoteo dijo...

Si es que en el fondo soy un viejo quisquilloso en un cuerpo algo más joven...
Yo creo que abuso de frases adversativas y concesivas, intento corregirlo, pero (¡mierda!) no siempre lo consigo. De todas formas, no creo haber sido especialmente quejica en este texto. No sé, hasta las esperas en colas aparecen como una oportunidad para hacer otras cosas mientras, ya sea fotos o escuchar música.
Y eso de ser "humorísticamente recurrente" no acabo de entenderlo... aunque parece un defecto el "pero" de después para añadir otro defecto hace pensar que es "humorísticamente efectivo".

PD: como prueba de que siempre me quedo con lo negativo, nótese que no he hecho ninguna mención a las felicitaciones, sólo contesto a las críticas, que es la parte útil.

Anónimo dijo...

hola, encontré el sitio por casualidad y me gustó leer sobre París, la ciudad de mis vidas pasadas. Me hospedo a menudo en la Rue de Richelieu y no sé a qué hotel te refieres, pues la mayoría, aunque pequeños, son encantadores y con gran historia. Personalmente disfruto mucho de ellos. Poco antes de la fuente de Moliere está el Hotel Washington Opera, que fue en el pasado propiedad de la marquesa de Pompadour y que tiene un encanto fascinante. Y algo después de la fuente, en el número 17, pasó sus últimos años el gran poeta peruano Cesar Vallejo. Cosas que también se descubren investigando a paso lento por esos callejones.Un saludo
pacisana@hotmail.com

Timoteo dijo...

Mi hotel no estaba exactamente en Richelieu, sino un poco más arriba, por Cadet. De todas formas, me apunto los que nombras para futuras visitas. Estuve de nuevo en París esta primavera y ya estoy deseando volver.