10 abril 2007

Los libros arden mal

Esta semana santa, cuando Juani me dejaba tiempo para dormir y hacer mis cosas, he tenido la oportunidad de leer el último libro de Manuel Rivas, autor que he tenido en gran consideración desde que El lápiz del carpintero se ganó mi corazón con sus historias sencillas y su prosa evocadora.

Prosa que en Los libros arden mal estalla en una infinidad de voces diversas, puras, poéticas. Si siempre había tenido al gallego como uno de los prosistas más líricos de la lengua española (aunque escriba en su lengua materna), aquí da el do de pecho y entrega una obra monumental, pantagruélica; un banquete literario al que asistimos siendo conscientes de sus desproporcionadas dimensiones y, al mismo tiempo, temiendo encontrar el final. Sus más de 600 páginas se quedan cortas. Quizá, salvando las distancias, como en El Señor de los Anillos de Tolkien: la historia épica, que a ratos tememos interminable y sin embargo nos deja con la sensación de que podría haber continuado al menos otras mil páginas, tan llenas están de vida. O como Cien años de soledad, por acercarnos un poco más.

En este caso la historia gira en torno a la ciudad de La Coruña y una miríada de personajes a lo largo de más de cien años de historia. La lavandera, el grupo de jóvenes que se reúne en el ateneo, falangistas que ocuparán diversos cargos públicos, músicos, escritores, pescadores, campesinos, prostitutas. El hecho que marcará las vidas de todos ellos será, inevitablemente, la Guerra Civil, cuya cumbre, en lo que a "la historia dramática de la cultura" se refiere, tiene lugar la noche del 19 de agosto de 1936, cuando miles de libros son quemados por los falangistas.

Podría seguir alabando el libro durante horas y horas, pero me temo que acabaría desvelando aspectos de la trama. Y es algo que, sin que sea lo más importante, pues lo fundamental es cómo van sucediendo las cosas y cómo son contadas, no deja de ser relevante. Y muy molesto que te lo destripen. A quien estas pocas palabras le hayan despertado un mínimo gusanillo, que no dude en hacerse con él. Obra maestra.

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