28 abril 2007

Una de las dos Españas me ha helado el corazón

Últimamente leo "demasiada literatura de izquierdas" (Juani dixit). El comentario venía a raíz de la última novela leída, El corazón helado, de Almudena Grandes, y mi acalorada identificación con la causa republicana. Tampoco acabo de ver el problema. Una gran generación de españoles (posiblemente la mejor de la Historia), todo un mundo de posibilidades que comienza, millones de esperanzas, todo, destrozado por la Guerra Civil. Uno de los momentos culminantes del siglo XX en nuestro país, lleno de luces y sombras que aún podemos percibir de forma directa, pero no por mucho tiempo, pues cada vez queda menos gente que viviera aquello: una época terrorífica y grandiosa, de pasiones desatadas, donde la gente moría por ideas. Cómo no encontrarlo atractivo.

El libro, precisamente, tiene su epicentro en los años de la guerra, aunque abarca desde las décadas anteriores hasta nuestros días, narrando la historia de dos familias a lo largo del siglo, una de exiliados en Francia, otra de "vencedores" en Madrid, que por supuesto están más relacionadas de lo que parece. Aunque no se centra tanto en la política como en la moral individual, las elecciones clave que deciden el curso de una vida o incluso las de otros. Los rojos son mucho más nobles que el común de los nacionales, claro. Y qué. Estamos ante un homenaje a los perdedores, a "los auténticos parias de la Tierra":

todos nos dejaron solos, todos nos abandonaron y nada nos salió bien

Sí. Abandonados por su Gobierno, por los gobiernos europeos que deberían defender la democracia, traicionados por su propio bando en purgas internas, recibidos en el exilio como asesinos y no como adalides de la libertad. A pesar de ello, muchos ayudaron a combatir el nazismo en Europa y como recompensa a su sacrificio obtuvieron una nueva traición: dejar a Franco en el poder, desentenderse de nuevo de los problemas españoles:

La traición es la ley, la norma de mi vida. Vivo para ser traicionado. Me levanto y me acuesto, como, respiro, lucho, me juego la vida para ser traicionado una y otra vez, de frente y por la espalda, por los amigos y por los enemigos, en mi país y en el extranjero, porque la traición es la ley, la realidad, la única norma...

Resulta un alegato la mar de eficaz: ha conseguido que empatice y me emocione... hasta llorar como un gilipollas en más de una ocasión, humedeciéndome los ojos muchas más. Con lo extenso que es, da para mucho.

Si el libro peca de algo, quizá sea de ambicioso. No tanto en lo estilístico, que lo es pero con un resultado notable, sino en la propia estructura argumental: se va intercalando la trama actual de los hijos y nietos con la historia de los abuelos, dosificando la información de forma que mantiene el interés y los dos tiempos se complementan para aclarar los detalles poco a poco desde ambos frentes. El problema es que uno acaba con la sensación de que le están cicateando los datos esenciales, pues todo está narrado en pasado con alguna mención a las consecuencias finales que los hechos tendrán; muy bien, un planteamiento muy digno, perfectamente comprensible que la magnitud de las revelaciones vaya in crescendo. Sin embargo, tras unos cuantos cientos de páginas llega el momento en que parece que por fin se van a soltar "las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades" y... no. Nuevo salto temporal y a la vuelta tampoco toca, todos actúan ya sabiendo el gran secreto, todos salvo el lector, al que le queda lo menos otro centenar de páginas para que le cuenten qué demonios ha pasado. Lo cual para los más impacientes desemboca en una lectura en diagonal, saltándose toda la "morralla" para ir a por la acción y poder saber. Algo que deja a las claras lo absorbente que puede llegar a ser.

A pesar de sus defectos sigue siendo una novela altamente recomendable, emocional y profunda. Qué más da que no finja imparcialidad. Sin salir de Celaya: "maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse". Pues eso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Coño Andrés, el título era (hera?)atractivo, pero mientras leía el primer párrafo hice una pequeña exploración hacia abajo para ver la longitud del texto, y la verdad que en ese momento dejé de leer y me puse a escribir esta bobada.
Pd.-Gracias por el DVD con la música, hay que majo cómo se lo había callado, lo del pspice ni lo he abierto. Tenemos que hablar del viaje. Con dios (Dios?)