03 abril 2006

Confesión

Sí, confieso: fui educado en la LOGSE. Quizá haya conseguido engañar a alguno a lo largo de mi vida luciendo una cierta pátina cultural, o dándomelas de cultureta directamente, pero es todo mentira; y, lo poco que de verdad haya aprendido, fue todo fuera de la escuela.
De hecho, como todo el mundo sabe a estas alturas, lo del colegio era una tapadera: los niños y adolescentes teníamos a los padres convencidos de que íbamos al colegio o instituto, lugares de enseñanza, pero, gracias al PSOE y su ley, pasamos allí años sin que una sola idea consiguiera penetrar en nuestras duras molleras. En Primaria nos tuvieron que enseñar a leer y escribir y las cuatro reglas para disimular más que nada. Habría resultado demasiado llamativo para nuestros progenitores. Sin embargo, una vez alcanzados esos niveles básicos, las clases se convirtieron en una pantomima: los profesores se encerraban durante una o dos horas con los alumnos sin hacer realmente nada.
En Geografía no llegamos a estudiar siquiera la Península, mucho menos esos países extranjeros con nombres tan raros.
La Historia era siempre una versión descafeinada, apocada, sin batallas ni esas cosas violentas; la profesora andaba pidiendo perdón cada dos por tres por las tropelías cometidas por nuestros antepasados. De la Guerra Civil, lo que vino después o lo de después de aquello (perdonen, es que ni sé el nombre) ya ni hablamos.
En Matemáticas nos pasábamos el día intentando sumar peras con manzanas, así que cuando empecé una ingeniería en la que integrar y derivar era el pan nuestro de cada día me encontré completamente perdido, suspendiendo álgebra y cálculo convocatoria tras convocatoria.
Lengua y Literatura fue de lo más penoso: nos habían enseñado a escribir, pero no continuaron con las reglas de acentuación, menos aún con puntuación, sintaxis, redacción fluida o algo parecido. Si aquí se me escapa alguna construcción correcta y sin faltas de ortografía es por el corrector de Word, que como todo el mundo sabe, no deja pasar una. En cuanto a los libros, no sólo no nos obligaban a leernos un libro al mes más otro clásico cada trimestre (Delibes, el Lazarillo de Tormes y ese tipo de best-sellers de usar y tirar), sino que nos recomendaban que leyéramos lo menos posible, pues está demostrado que es nocivo para la vista. De Historia de la Literatura nada, por supuesto. El año pasado me enteré de la existencia de un tal Cervantes que había escrito un libro muy gordo gracias a la tele, en la que hablaban todo el rato de ese señor no sé muy bien por qué, si se había muerto hacía mucho. Al final me entró curiosidad y lo intenté leer, pero me pareció una mierda y lo dejé sin acabar el primer capítulo.
Teníamos también una clase que primero se llamaba Ética y luego Filosofía en la que una profesora hablaba de cuestiones que a nadie le importan, de modo que no le hacíamos mucho caso; quiero decir, todavía menos caso que a los demás. Seguramente, una de las mayores pérdidas de tiempo de mi edad escolar. Como nadie nos había enseñado a pensar, nunca surgió ningún tipo de discusión en clase ni seguimos hablando jamás de esos temas fuera de las aulas.
Encima, dado que las asignaturas de Letras están discriminadas, las de Bellas Artes también y las de Ciencias no son menos (ya digo que todo era en realidad una coartada para juntarnos en los recreos a jugar al fútbol), he acabado sin tener unas nociones mínimas de latín (lo de los griegos, con el alfabeto ese tan raro que tienen ya es imposible), haber dibujado un jarrón o escuchado a Bach en mi vida. Y cuando leo en el periódico, perdón, veo en la tele una noticia sobre avances genéticos, experimentos físicos sobre la naturaleza del universo o la estructura de la materia no tengo la menor idea acerca de qué rayos están hablando.
Ahora que ya he terminado, sólo quiero que me dejen hacer botellón en paz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dejando atras ese cierto perfume sarcástico, he de decir que habitualmente acabo sintiendo una sensacion parecida. Supongo que es verdad, que el entramado educativo esta concebido de esa forma. Para que el profesor de turno suelte su retahíla previamente memorizada y se olvide hasta el miercoles siguiente de esos jovenes ignorantes en plena efervescencia hormonal. Sin embargo creo que es la voluntad propia la que acaba salvando a la sociedad. Quiero decir: Yo mismo no provengo de una familia con un pasado educativo especialmente brillante. Precisamente lo que brillaba por su ausencia es la despreocupacion por cualquier tipo de información/formacion cultural. Pero una mencion de algun libro en clase de literatura, alguna pelicula especialmente recomendable que comento Federico, conversaciones en el recreo con gente que realmente te puede aportar algo... Realmente
encenció una llama que con los años se ha ido configurando, lentamente. En el plano academico no estoy seguro de haber recibido lo que realmente se debería exigir en un pais civilizado. En el plano humano si. Claro que no todo el mundo escuchó adecuadamente.