El viernes pasado, como estaba anunciado, actuaron los Fast Drink Boys en Aranjuez. Así que me fui para allá, a pesar de la distancia y el cansancio mortal de tantos exámenes y de haberlos acabado aquella misma mañana. Fijaos si estaba cansado que, en lugar de ver a la selección española, me eché la siesta. Con lo que a mí me gusta el fútbol. El caso es que al caer la tarde estábamos dando vueltas por Arancity buscando el tugurio donde tocaban.
Unas copas después, con media hora de retraso, como los profesionales, el cantarrista se subió al escenario para desgranarnos sus mejores composiciones. Cualquier persona en su sano juicio saldría del paso con un par de halagos superficiales y poco comprometedores, pero parece que, a costa de practicar -y exigir- cierta honestidad brutal, me toca el papel de House y he de ser sincero. Manos a la obra. Me sorprendió realmente el tono llorón de las canciones. Ahora entiendo mejor algunas de las inclinaciones musicales de Juani; y me lleva a insistirle en que escuche a Leonard Cohen, llorón sobón por excelencia. La letra de la canciones me costó realmente seguirla, tan solo capté algún fragmento de algo parecido al inglés entre ululares y fonemas inconexos. El sonido del sitio tampoco ayudaba mucho. Y, una vez repartidos los palos que se esperaban, solo me queda decir que me gustó, siendo una escucha tan mediocre. Las canciones estaban bien elaboradas, tenían distintos matices y llegaban. Quizá en algún momento abusaba de los mencionados ululares, pero también puede ser debido a la pobre ecualización.
Uno, al que le gusta la música pero es incapaz de crear nada, aprecia el valor que tiene. Más todavía subirse (sí, hombre, subirse ahí arriba) y defenderlo. No como estas chorradas que uno escribe desde la seguridad del teclado, sin ver la cara del que lee. Quizá nos podamos asociar: yo escribo letras en la sombra y el las canta. No creo. Nunca he tenido sentido del ritmo como para hacer poesía. De crear figuras mejor ni hablamos. Volvamos, que me desvío mucho. Soy tan egocéntrico que me pongo a criticar a otros y acabo hablando de mí.
Acabó el artista invitado con una creación psicodélica digna de cualquier auténtico artista suficientemente drogado. La atmósfera quedó algo melancólica después de ver al hombre exhibiendo su corazoncito y otros órganos en el escenario. Sin embargo, era noche de fiesta, de drogas y rock and roll. Al poco, como sin querer, empezaron a sonar los acordes de Where is my mind?, mientras los miembros de Fast Drink Boys iban subiendo de uno en uno a la tarima en una cuidada puesta en escena. Qué bien suenan los Pixies con seis cuerdas y un cantante. Desgranaron todo un repertorio de grandes canciones de ayer y hoy, de Berry a Interpol, de los Ramones a los Strokes. Y con la colaboración especial de Alejandro versionando a los Doors. Esta vez hubo bis y todo para llegar a un total, si no me fallan las cuentas, de catorce canciones que el público asistente bailó y coreó entregado.
Ah, las fotos no es que estén movidas, es que soy así de guay.
Fast Drink Boys
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