Parece mentira, pero ya hace un año que me embarqué en esta cáscara de nuez y aún sigue a flote. Incluso incorporando nuevos tripulantes en algún que otro puerto, aunque sean silenciosos y apenas se dejen notar durante la navegación. Supongo que eso quiere decir que son un buen grupo que no se distrae en el trabajo. Guardan toda la algarabía para cuando bajamos a tierra, causando estragos por dondequiera que pasamos, dejando un rastro de bellas mujeres con la mirada perdida en el mar.
Sorprendentemente, el casco sigue en buen estado, más allá de las algas y crustáceos inevitables tras un año en la mar. A pesar, también, de que hace un par de días el fondo rozó de forma completamente inesperada con un arrecife que algún hideputa se olvidó de marcar en la carta de marear. Tal vez sea la ocasión perfecta para ir a dique seco y calafatearlo y darle una manita de pintura.
Al menos parece que el rumbo empieza a estar claro: dejarse llevar por los alisios hacia el norte. De momento hemos enviado una avanzadilla para investigar la situación por la zona de Flandes y, si la información resulta provechosa, seguramente hagamos una internada en tierras francesas para San José.
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
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