13 marzo 2006

Dulce condena

Desde hace un par de semanas, es decir, desde que empecé este cuatrimestre y dejaron de sacarme muelas (aunque todavía tengo la segunda parte pendiente), dado el lamentable nivel de ciertos profesores, estoy dedicando las mañanas de lunes y jueves a estar en la biblioteca. Tampoco os vayáis a creer que estudiando. Bueno, vale, un poco. Pero, sobre todo, leyendo. Novelas. De hecho, el jueves pasado decidí no perder casi dos horas entre ir y venir y, aprovechando que se acerca la primavera, me fui a un parque a leer. Admito que un banco de la calle no es el sitio más cómodo del mundo; para la próxima buscaré un café tranquilo en el puerto, o algo así.
El caso es que me fui con la idea de terminar de leer el último libro de Javier Cercas, La velocidad de la luz, otra recomendable falsa autobiografía. Entre otras reflexiones interesantes (el éxito y el fracaso, la culpa, la guerra), diavaga sobre un tema que encuentro más cercano: la condición de escritor. Además de las disquisiciones acerca de cómo afrontarlo, la autocrítica, la aceptación, plantea una cuestión que, sin resultarme completamente nueva ni original, me llegó: la idea de que alguien no es escritor por voluntad, sino que es una especie de condena. Dejaré que él lo explique:

... era un escritor y no podía ser otra cosa, porque escribir era lo único que podía permitirme mirar a la realidad sin destruirme o sin que cayera sobre mí como una casa ardiendo, lo único que podía dotarla de un sentido o de una ilusión de sentido (...)

o, dicho de forma más breve:

[un escritor] es un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve.

No seguiré intertextualizando, a ver si me va a denunciar por plagio. Con la de gente que visita este blog... En fin, yo lo que quería decir es que no he podido evitar sentirme retratado; pensar que a menudo me he sentido como un excéntrico que en ocasiones se da cuenta de las cosas y que la única forma que tiene de intentar darle una apariencia de coherencia es escribiendo. Llevo ya casi tres años registrando por escrito mi vida y lo cierto es que cada vez que te enfrentas a un papel te ves obligado a estructurar las cosas. Quizá en el momento no siempre se consigue, pero ayuda a que, con el tiempo, esos trazos amorfos se conviertan en perspectiva; que esas líneas que hasta hace un momento no eran más que un amasijo sin regla alguna de pronto se conviertan en una figura clara y precisa.
Así pues, tal vez el asunto no sea querer ser escritor o no. Tal vez el asunto sea mucho más sencillo y angustioso: escribo, necesito escribir; soy escritor.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde hace algunos años, moviendome en un círculo muy cercano, varios, no solo el que escribe, tenemos la certeza que este cumulo de reflexiones y disgresiones no caeran en saco roto. No te puedo asegurar si en esta o en la otra vida. A veces mi imaginación transcurre por cauces de los que, luego, me arrepiento seguir, y te veo como un John Kennedy Toole al que el éxito y la fama le dió la espalda. Alguien entra en la difunta habitación y descubre tus escritos autobiográficos, comienza a leerlos y no puede soltarlos hasta siete dias despues. Maravillado llama a un editor y en cuestión de meses has ganado el Pulitzer o el Planeta. Pero ya es demasiado tarde.
Deberías buscarte un editor cuanto antes.

Timoteo dijo...

Jajajaja... antes debería escribir algo digno de ser publicado... a nadie le interesa otra típica biografía de adolescente tímido atormentado.